Caballo de apuestas

2 wine glasses on brown wooden table

No creo que exista -para mí- mayor satisfacción que la de trabajar en algo que supera tus propios límites. A principios de verano me adentré en un varios proyectos a la vez.

Dos de ellos verán la luz pronto y el tercero lo hará en 2022.
De los dos primeros, uno es una novela. Tal vez, el borrador más largo que habré escrito hasta la fecha -que no el libro, porque habrá mucha tela que cortar-. Una historia compleja que llevaba dentro en la que me he atrevido a romper con todo y con todos, saltándome las reglas -mis reglas-, entregándome a técnicas desconocidas, regresando a viejas ediciones impresas de papel y peleándome con un abanico de elementos que se mueven como un péndulo. Así y todo, sé que estoy ante mi mejor trabajo, al menos, personalmente hablando. Luego, los comentarios de los lectores decidirán. Habrá quien esté conmigo y también quien opine que no es así, y ambos puntos de vista son aceptados. La única opinión que no valoro es la de quien no me lee o no me compra (me piratea).

Por tanto, estos días, alcanzando el ecuador del borrador, llego a una reflexión. ¿Considero que es mi mejor obra por el sacrificio o tiempo invertido? ¿O pienso que es mi mejor obra por la propia complejidad de la historia?
A nivel personal (y sólo personal) sucede que a más tiempo invertido, mayor recompensa al finalizar. Esto implica involucrarse más en el proyecto, convivir con la historia, ser parte de ella y sentir hasta el perfume de los personajes.
A nivel monetario, la experiencia me ha demostrado que esta regla no se aplica. Mayor esfuerzo no significa mayor recompensa. Existen muchos factores y destrezas que determinan la recompensa y el esfuerzo, sin muchos de estos, sólo sirve para seguir puliendo el diamante.
Y esto se aplica a cualquier área de nuestras vidas.

Soy de los que pone toda la carne en el asador cada vez que me siento a escribir, pero también de los que reconoce que unas obras me han costado más esfuerzo que otras y que algunas de esas que se han escrito casi solas, se han vendido tres veces más que el resto.

¿La razón? Es simple.

Cada día malo, sale algo bueno de ti. Cada día sin inspiración, escribes sin presión y dejas un párrafo para la historia, una idea potente, una escena sublime o una pepita de oro que encontrarás durante la revisión. La cuestión es avanzar, seguir ahí, aunque no tengas ganas, aunque te veas en un callejón sin salida. Porque así me siento cada vez que empiezo una historia, con sus subidas y bajadas, con los días en los que nada tiene sentido. Y sigo porque ya no tengo miedo y sé que el fracaso significa no llegar a la meta. Si he planeado mal o me doy cuenta de que he improvisado demasiado cuando llego a la mitad, retrocedo -aunque me duela-, corto, limpio y empiezo de nuevo.

Sé que con esta historia estoy forjando la última herradura de un caballo de carreras que pronto estará listo para correr.

Lo dejo por escrito en este blog, como siempre he hecho, para regresar a esta entrada dentro de unos años.