Canciones

Dos compactos descansan sobre la minicadena. Tras muchos años sin hacerlo, volví a comprar discos para el coche.

Aunque hoy la música sigue siendo música, el modo en que la consumimos es totalmente diferente a la de hace una década.

Listas de reproducción, canciones sueltas, esfuerzos comprimidos en dos minutos.

Escuchar un álbum, de principio a fin, son algunos de los placeres de los que disfruto cuando estoy en casa cocinando, tomando notas o leyendo en el sofá. Como músico que fui (y que tal vez siga siendo), entiendo la complejidad de escribir canciones para un larga duración.

Como en las novelas, cada canción del álbum es como un capítulo de la trama, una parte del todo. Intencionadamente o no, es algo inevitable ya que el compositor escribe, de una forma u otra, sobre algo que sucede en su vida, en ese momento y, como seres en constante cambio, de forma única.

Quien piense que la vida no afecta a la música, a las palabras, a nuestra forma de pensar o a nuestros intereses, está más que equivocado.

De ahí que las bandas se atasquen cuando llevan repitiendo la misma fórmula o sean repudiadas por probar algo nuevo.

Es parte del proceso y no siempre los caminos son los correctos.

Por tanto, es importante que quememos nuestras naves más profundas, sin miedo al fracaso ni a la imperfección; es vital que dejemos nuestra impronta cuando así lo sintamos y que nos enorgullezcamos de ella, pese al tiempo que pase porque, si lo hicimos así, significaba que era puro y real.

Es valioso recordar que no hace falta salir en los libros para escribir nuestra propia historia.