Carpe Diem

 

Lo que hoy te parece importante, mañana dejará de serlo, leo en mi cuaderno escrito a mano. Y no me faltaba razón cuando escribí eso, porque me doy cuenta de que el resto de anotaciones carecen de sentido.

La ciudad responde a mis plegarias. Me siento bien, aunque resfriado, y comienzo a ordenar pensamientos que había dejado de lado para no enfrentarme a la realidad.

Cuando todo va bien, no cuesta sonreír. Sin embargo, cuando no es así, hay que buscar la forma de hacerlo, de decirle que no a todo eso que nos abruma y encontrar la manera de seguir adelante, porque siempre hay un camino, siempre hay una alternativa.

Paseo de noche y las luces de los coches ya no son faros sino un ejército de luciérnagas.

Una ambulancia cae a toda velocidad por la cuesta que pasa junto al palacio y en el bar dos agentes toman café antes de ponerse en marcha.

Son las siete, la mujer del bar sube la persiana y yo, aquí, haciendo lo mismo de siempre, cavilando mientras el perro hace sus cosas, pero en otro lugar, a otra altitud, me planteo lo maravilloso que ha sido llegar hasta aquí.

No es fácil llegar, ni tampoco aguantar y mucho menos quedarse, porque al igual que estás hoy aquí, mañana te ves tomando un tren con destino a otro lugar.

Casi en la treintena, hago un esfuerzo a diario por conocerme a mí mismo en profundidad. Desde hace unos años, tomo nota de mis pensamientos a diario para observar cómo cambian.

Me doy cuenta de lo que es bueno para mí y lo que no.

El deporte me mantiene en forma, tanto mental como física, aunque me cansa durante días y me impide trabajar en ocasiones.

Escribir me ayuda a desahogarme en aspectos que nadie -ni siquiera yo- está dispuesto a escuchar, aunque a veces me aleje de la realidad.

Beber saca mi lado más hedonista, aquel del que rehúyo mientras escribo, y me lleva a lugares inusuales, a deshoras, a noches que se convierten en días, pero, la mayoría de veces, me deja un largo poso de depresión.

Supongo que todo el mundo quiere ser feliz, que no hay nadie que no quiera serlo porque ser infeliz es un signo de fracaso, mientras nuestra función en este planeta sea otra, y por eso busca la fórmula, lee libros, mira documentales, se enamora cuando no tiene pareja y acude a los terapeutas.

Sin embargo, también tengo la certeza de que existen personas que no quieren que seamos felices del modo que nosotros deseamos serlo, sino como ellos conciben la felicidad.

Aunque al final del día, cuando las luces se apagan y estamos mirando al techo -o a las estrellas-, sólo nos importamos a nosotros mismos.

Por eso, es vital ser conscientes de nuestra presencia, de nuestras imperfecciones y de que hay una vida y está para vivirla, como quieras, pero no como te impongan. Asumir la responsabilidad y el compromiso con la forma en la que queremos vivir. Entender que todo lo que sube, baja, y que hay que estar preparados para ello.

Tu carpe diem puede ser una vida entera haciendo figuras de barro, amasando billetes de dólar o asistiendo a competiciones de perritos calientes, pero no dejes que sea tu carpe diem.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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