Cebollas

La calma reina en la casa. Me despierto antes de hora, dolorido por un tirón muscular. No me lamento, aunque sí lo hubiera hecho en otro momento pasado.

Preparo café y despierto al perro. Algo en mi interior ruge y no son las tripas. Siento que estoy llegando al final de algo.

La imagen de una cebolla aparece en mi cabeza de manera inintencionada.

Llego a la reflexión de que las personas no somos muy diferentes a esta planta: nacemos tiernos, únicos, desnudos y puros, y con los años nos cubrimos con capas más y más duras que nos enseñan a vivir en un mundo donde las diferencias son signo de exclusión, evitando que nos hagamos preguntas más allá de las obvias; impidiendo que nos planteemos el funcionamiento de nuestro alrededor.

Cuando termino el café, busco en internet y me doy cuenta de que existe un cuento, de carácter anónimo, que habla de lo mismo.

Sin embargo, a diferencia de la fábula, tiendo a creer que, en ocasiones, en lugar de ocultar lo que somos realmente, hemos perdido la capaz de verlo, confundidos por las distracciones constantes que nos llevan de un lugar a otro, hasta que no existe vuelta atrás.

Nos han inculcado tanto la importancia de la valía, que hemos encontrado en internet nuestra válvula de escape.

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Tal vez suene absurdo, pero llegar a esta conclusión me ha llevado casi treinta años. De repente, un día, todo se vino abajo, creyendo encontrarme en medio de un bosque oscuro y rodeado de niebla.

Los psicólogos lo llaman crisis, un término desacertado cargado de negatividad y caos.

Por esa razón, nunca he visitado uno.

Al contrario, empecé a verlo de otra manera, quitándole hierro al asunto.

Busqué la etimología de la palabra crisis (derivado del griego krísis “decisión”, del verbo kríno “yo decido, separo, juzgo”) y caí en la conclusión de que lo que estaba sucediendo no era más que un replanteamiento de la situación en la que me encontraba, de cómo me sentía.

Una búsqueda consciente a las preguntas que me estaba haciendo y no quería escuchar.

Y es que, tan pronto como empecemos a entender de que el cambio en nosotros es constante, de que debemos guiarnos hacia dentro y no hacia fuera, pronto daremos respuesta a lo que importa y a lo que no.

Somos lo que nos hace vibrar, lo que nos levanta cada mañana de la cama, aquello que despierta nuestra curiosidad pura y no lo que nos hemos creído con los años.

Sólo así, seremos capaces de dar, amar y saborear cada pequeño detalle de lo maravilloso que es vivir. Y no importa cuánto tengamos que arreglarnos, pues siempre será un paso hacia delante.

Desconozco si llegaremos a nuestro destino, si todas las preguntas serán respondidas en algún momento de nuestra vida.

Pero no importa, hace tiempo ya que no.

Todo va a salir bien.

Disfruto del viaje.

Y tú deberías hacer lo mismo.