Clases

No me gusta hablar de vacaciones, ni tampoco de trabajo, pues creo que cada uno tiene lo que quiere.

Los descansos son necesarios, inspiradores, pero hace tiempo que no tengo eso que muchos llaman vacaciones.

Los días vienen, los proyectos continúan y uno nunca llega a desconectar del todo, de darle vueltas a ideas que se cruzan por mi camino, a reflexionar sobre párrafos que algún día escribiré, a tomar notas en las servilletas de los bares.

Porque la vida es parte de las historias que escribo.

Me gusta vivir y trabajar forma parte de ello. Me gusta aislarme, quedarme solo con mis pensamientos, poner el teléfono en modo avión, tirar del cable de red, emborracharme en la penumbra y conducir por una larga carretera sin conocer mi destino.

Hace unos días caminaba por Madrid, de Serrano a Fuencarral, de la Gran Vía a Jorge Juan.

La amalgama de personas, de vidas, de formas de pensar, era tan extensa que me sobrepasó.

Había olvidado lo que era caminar por una ciudad grande, sientiendo la inmensidad con cada paso, olvidando que todo eso existe cuando te quedas a vivir allí.

Pero, también había olvidado otro lado, el presente en el que vivimos, la era de los momentos instagram, de la hiperconexión, de mirar la puntuación del bar en Tripadvisor antes de entrar en él.

Un momento en el que la opinión de cualquiera vale más que el criterio propio.

Regresé en el tren de alta velocidad escuchando cómo España perdía ante Rusia por la radio, rodeado de iPads y de teléfonos de mil euros.

Después me subí en un cercanías con destino a mi ciudad, acompañado de domingueros con sombrillas mientras reflexionaba en lo mucho que nos parecemos a las hormigas.

Por eso, sin importar a dónde vayas y lo que cargues en tu bolsillo, no nos queda otra que sobrevivir.

Por tanto, más vale disfrutar con lo que hagamos, dejando a un lado lo que piense el vecino, evitando que los días se acumulen en la memoria como esas fotos que nunca volvemos a ver.

Reconocer los pequeños momentos, saborearlos como si fuera la última canción del disco o el último bombón de la caja.

Vivir que, a fin de cuentas, para eso estamos aquí.