Cocinar a fuego lento

woman in black long sleeve shirt holding telephone

Dicen que las mejores ideas aparecen en la ducha. En mi caso también lo hacen mientras cocino. Un fin de semana tranquilo, de lectura, de visionados, de domingo de aperitivo, arroz de mar y ensaladilla rusa casera para la cena. Una copa de verdejo y Coltrane sonando en la cocina. Escribir también es un acto del paladar. La cuenta atrás se inicia. Mi obra más ambiciosa sale en una semana, pero el viejo -que no tan viejo- escritor «pulp» renace de las cenizas de un cenicero abandonado. A veces, los más cercanos me preguntan que de dónde saco las historias. Yo respondo que no las saco, sino que ellas me llaman a mí. Un día suena el teléfono imaginario en el salón de casa, uno de esos aparatos de disco que imagino de color crema, como el que tenían mis abuelos en casa.

El «Ring, ring» casi olvidado. Descuelgo y entonces escucho la voz del personaje. No hay más.
Mientras el arroz embebe el agua, le doy vueltas al asunto, me transformo e imagino escenas, diálogos, momentos únicos en un cielo rosado que se desvanece lentamente.
A medida que pasa el tiempo, soy consciente de que no soy más que un catalizador de esas historias, ni más, ni menos.

Tecleo, sufro, me divierto y doy carpetazo cuando llega el punto final.

Después me olvido.

Siempre he escrito para mí y para quien me lee, pero también con la intención de dejar un legado para quien aún no ha llegado. Explicar quiénes somos es más complejo de lo que parece y no hay atención suficiente para escuchar a otra persona durante horas mientras ésta divaga entre recuerdos y anécdotas difusos. A partir de cierta edad, las personas repetimos siempre la misma historia. Quizá yo esté haciendo lo mismo. Quizá ya haya alcanzado esa edad. Por eso, cuando un día vengan, les diré: puedes empezar por todas esas historias para conocer aquello que soy incapaz de recordar ahora. Una visión particular de la vida en un momento concreto de mi existencia.

Cuando el arroz está listo, apago el fuego y pongo un paño encima para que repose unos minutos. El proceso de escritura no es muy diferente a cocinar un buen plato tradicional. A veces sale en su punto, otras veces no, pero el resultado es tan subjetivo que nunca se alcanza la perfección. Y de eso va la vida, de disfrutar las imperfecciones del día a día mientras intentamos hacerlo un poco mejor cada mañana.