Comienzos

Me gusta la calma del inicio de la semana. Hoy la calle estará vacía, todos habrán regresado a la ciudad, a sus puestos de trabajo. La playa cantará sola y el sol, si quiere, brillará perezoso. Hace un año que cambié mi agenda por completo. Los lunes ya no son lo que eran, para mi fortuna.

Me prometí a mí mismo que no volverían a serlo.

Después me di cuenta de que, encarar el comienzo de la semana con fuerza era la mejor forma de llegar al final de ésta. Vivir para los sábados siempre fue un error.

Hubo una temporada en la que tuve que estirar las horas, como mucha otra gente, para escribir, para terminar ese proyecto que llevaba entre manos. Salir del trabajo agotado, subirme a un autobús y pensar qué comería antes de sumergirme en otras cuatro o cinco horas de escritura.
Era el único modo de hacerlo y así aprendí que las semanas tienen siete días, que cada segundo cuenta, que en esta vida hay que tener más prioridades y menos horas frente a la televisión, que el tiempo que gastaba en el transporte público no volvería, así que mejor emplearlo en una lectura que en mirar fotos de Instagram. Que hay que mirar y escuchar a la persona que tenemos delante, en lugar de contestar a un mensaje de teléfono. Que todo puede esperar, menos lo que tenemos delante. Y los días pasaron, página a página, palabra a palabra, exprimiendo las horas como si fueran el jugo de una naranja.

No existe peor sensación que la de pararte a pensar en qué has hecho durante toda una semana y no recordar nada, como si la mente entrara en una nebulosa turbia y repetitiva. No siempre es fácil, por eso es importante recordar que cada segundo cuenta, que cada día de la semana tiene un carácter especial, que vida sólo hay una y estamos aquí para vivirla.