Correr

Hoy he salido a correr. Hace dos semanas, decidí ponerme en movimiento. Por diferentes razones, en Polonia nunca tenía tiempo -ni ganas- de salir a la calle cuando regresaba de trabajar. Tenía que escribir, aprovechar el poco tiempo libre que me quedaba. Tras el regreso, comencé a notar el desgaste de estar sentado frente a la pantalla a diario. La primera semana fue soportable. Después de dos meses, sentía mis piernas agarrotadas al terminar la jornada. Así que volví a correr -y digo volví porque, años antes, lo había hecho activamente-. Si antes lo hacía para deshacerme del alcohol y el desgaste del fin de semana, ahora lo hago para despejar las ideas, salir del habitáculo y, por qué no, evitar entrar en esas espiral de sedentarismo. Al principio, comencé con media hora. Casi me da un infarto. Me dolían los pulmones, pero sabía que podía llegar más lejos. Después alcancé los cuatro, cinco y seis kilómetros. Hoy he alcanzado los ocho y sé que, si me lo propongo, podré volver a correr doce como hacía antes, pero eso ya es otra historia.

Reconozco que no me gusta correr, ni me entusiasma lo más mínimo. Si lo hago es porque, el ejercicio de correr en sí mismo, representa todo lo que hago. Es equiparable a ese proyecto que nunca queremos comenzar pero que tanto deseamos.

Antes de salir a correr, me siento perezoso. Una vez en movimiento, parece fácil. Si voy muy rápido, me canso rápido y todo acaba pronto. Eso mismo sucede con las que hacemos. Nos creemos capaces de todo sin estar preparados.

Tras dos kilómetros, ya conocemos el ritmo que debemos llevar y todo vuelve a parecer sencillo. Podríamos quedarnos ahí pero, no, todavía queda.

A los cinco kilómetros, queremos dejarlo, detenernos.
Estamos algo aburridos. Sabemos que podemos hacer más, pero el cansancio golpea y nos vienen a la cabeza esos pensamientos negativos. Correr cinco kilómetros está bien, pienso. ¿Para qué más? No me siento cansado. Sé que soy capaz de llegar un poco más lejos, superarme, pero comienza a ser monótono. Este es el punto de inflexión en el que mucha gente se cansa de su trabajo, de su vida, de su pareja. Es el momento de ser resilente, paciente, de saber que, poco a poco, todo llega y que está a punto de mejorar.

Me aproximo a los ocho kilómetros y reconozco que, si continúo, sentiré el agotamiento físico, así que decido parar. Está bien, pero sólo por hoy. He logrado correr una hora, terminar el día con orgullo, con el trabajo bien hecho, las palabras bien dichas y sabiendo que he dado lo que tenía que dar, pero que, cuando mi cuerpo descanse, seguiré luchando.

Para mí, correr se corresponde al dicho que dice “quién algo quiere, algo le cuesta”. A veces, nos frustramos porque las cosas tardan, no llegan o ni siquiera arrancan. Realizar otras actividades nos dan la perspectiva que nos falta, para entender el proceso, para entender de que todo lleva su proceso.