Cuatro reglas para el verano

 

El calor ha llegado oficialmente para quedarse y eso significa varias cosas: la ciudad se vaciará a partir del próximo sábado, mis niveles de productividad descenderán y dormir por la noche resultará más complicado de lo habitual. Por suerte, como buen levantino, tengo una serie de reglas que me ayudan a disfrutar de un periodo que cada año que pasa se vuelve más extraño, mágico y desconcertante.

La primera regla es alejarme, en general, de todo: de las Redes, de las personas, de las noticias. El verano aminora la sensación de velocidad, pero no los días. Recuerdo cuando era pequeño y algunos años me quedaba en la ciudad. Nunca pasaba nada. Todo sucedía junto al mar. Hoy sigue siendo así, pero ya no quiero formar parte de ello. No me interesan las conversaciones relativas al verano, a las vacaciones, al «¿dónde has estado todo este tiempo?». No me interesa el escapismo de oficina porque, simplemente, no convivo en una. Prefiero el mar en septiembre, el interior cuando el sol abrasa y la ciudad cuando nadie me puede oír.

Por supuesto, reviso el correo y echo un vistazo rápido para seguir «conectado», pero vivo sumergido en las lecturas, en las terrazas, en los largos paseos y en quien vive la misma realidad que yo.

La segunda regla es disfrutar de lo estático. Mientras las vacaciones corren rápido y la espera para alcanzarlas es soporífera, opto por disfrutar del momento estático en el que todos los días parecen los mismos para trabajar las ideas futuras con calma, trazando cada línea sin la presión de las fechas, rodeado de árboles y asfalto en lugar de personas que caminan con paso firme a la oficina. Una de las claves para alcanzar lo que deseamos en esta vida, es la planificación. Planificar sobre escrito, con determinación. La sensación de soledad genera un sentimiento de pausa que me ayuda a profundizar en el camino que determinará el resto del año.

La tercera regla es darte unos cuantos caprichos sin pensar demasiado en ello: cenar en tu lugar favorito con compañía o a solas, dormir sin despertador, leer durante horas, dejar los correos electrónicos sin responder, mantener el ordenador apagado durante días. Sacar tiempo para esa lista de libros y devorarlos de una, sin pensar en lo demás. Hace años que puedo hacer lo que me da la gana a diario, pero sólo me recompenso cuando termino lo que llevo entre manos. Vivo bajo unas normas (otras), fijas a un sistema que me hace feliz y mantiene (casi siempre) mis mañanas en equilibrio. Ser dueño de tu tiempo es un privilegio, pero termina asfixiándote si no sabes qué hacer con él. Por eso, cuando llega el verano, cuando nadie me ve y el teclado descansa sobre el escritorio, recorro la tarde hasta esa marisquería de turno en la que nunca tienen mesa o donde ya estuve y ahora busco el silencio, probar cosas fuera de menú. Me subo al coche y recorro la meseta sin prisa, deteniéndome el tiempo que sea necesario en una de esas ventas de carretera que ven las horas pasar. Disfruto de las vistas de Madrid en una terraza de hotel con un cava bien frío y preguntarte dónde están todos.

La cuarta regla es no pensar en las reglas anteriores. Que están ahí, que pueden servirte, pero el verano también te puede traer una situación inesperada y acabes tomando el sol en la cubierta de un barco, a millas de la costa, o bajo una sombrilla a escasos metros de la playa. En mi caso, no sería la primera vez que diera un giro y las tres reglas anteriores quedaran a un lado para hacerle hueco al misterio, a lo desconocido y al abanico de posibilidades que puede llegar a plantear una simple llamada, un insignificante viaje o un encuentro accidental en la calle.

En verano, todo tiene su porqué y también está permitido descorchar una botella en un balcón, si la ocasión lo merece. En verano el cielo sonríe para ti y tú das gracias por seguir con vida.

Bendigo todos esos agostos de mi vida, alejados de la multitud, que quedaron entre botellas vacías, sábanas blancas, cuerpos sensuales y perfumes que uno prueba por primera vez.

¿Y sobre escribir? ¿No hay ninguna regla?

No. Intento escribir a diario, lo que sea. El verano pasado no pulsé una tecla. Los anteriores me vi más fuerte. Y este siento que las ganas regresan a mis dedos. No tengo prisa, no tengo presión, sólo tengo un puñado de reglas que me guiarán en caso de necesitarlas. El resto me es indiferente.