Resignarse o beber

woman in black tank top standing on beach during daytime

«A mis cuarenta años podía sustituir el sueño por ginebra, pero no siempre», diría Hammett en boca de su agente de la Continental. A mis treinta y uno, podría decir algo similar respecto al escocés, pero sólo puedo hacerlo en contadas ocasiones. Los días pesados cada vez son más difíciles de llevar.
He cruzado el umbral y la próxima de Maldonado está cada vez más cerca. Cuando corren épocas de incertidumbre, no queda otra opción que escribir como remedio, como terapia y como salvavidas. Estos días estoy disfrutando con la escritura, olvidado de todo y de todos, a pesar de que las pulsaciones sobre las teclas corran a toda velocidad y haya gazapos que más tarde tendré que corregir. Cuando Hemingway decía que escribiéramos borrachos y editáramos sobrios, se refería a eso mismo, y yo tardé unos cuantos años en captar el mensaje.
Esta semana me acompaña una lista que encontré en Spotify y que está poniendo la banda sonora al próximo libro. También me he vuelto a enamorar de mis párrafos, de los recovecos que no se ven, pero que están entre dos líneas mal puestas. Disfruto porque es lo que quiero hacer y lo hago, sin caer en las trampas mentales sobre si estará a la altura de la expectativas. Pero todo es efímero, líquido. Disfruto porque vivo ajeno a lo que no me interesa, al ruido que me impide seguir centrado en mis propósitos diarios. Reconozco que el primer confinamiento hizo mucho daño. Los medios de comunicación demostraron, lucrándose a costa de la incertidumbre de los demás, lo nocivo que puede ser un bombardeo de titulares constante. Por primera vez, tuvieron toda nuestra atención. Pasados unos días, apagué la televisión y no la he vuelto a encender.
Este año he aprendido a decir que no a muchas cosas. A otras, no tanto.