Desaparecer

Allí estaba yo vagando por las calles del centro, escuchando a ese grupo francés y quedándome atónito ante las fachadas. Allí estaba yo, de nuevo, después de tantos años que había perdido la cuenta de estos, aunque suficientes para convertir mis recuerdos en una imagen borrosa e idílica.

La ciudad había cambiado, sus baldosas y su gente, como yo, como el nombre de algunos bares y su clientela. Me sentí extraño, perdido, desubicado incapaz de creerme donde estaba, pero así era. El turismo desorbitado, los músicos ambulantes, el contrabando callejero y los locales de moda que ya no tenía interés en conocer. El tiempo corre y a la vez se detiene. Para unos y para otros.

En mi caso, corría dejando lugar a los que vienen detrás, mirando de lejos lo que un día fue interesante y ya no. Y es que hay veces en las que no merece la pena volver a los lugares, ni poner de nuevo esa película, ni siquiera escuchar esa canción. Creer que volviendo al pasado experimentaremos un primer beso, es un craso engaño de la más traicionera nostalgia.

Dicen que es lo que vende, pero somos nosotros quienes nos vendemos por un par de buenas sensaciones.

Sin embargo, no todo estaba perdido, porque dar paso a otros también significa encontrar otro hueco, enfrentarte a lo nuevo, a lo familiar aunque desconocido. Así que allí estaba yo, de nuevo, vagando por las calles del centro, escuchando a ese grupo francés y quedándome atónito ante las fachadas, las mismas por las que había pasado tantas veces sin poner atención. Allí estaba yo, de nuevo, más nuevo que nunca, frente a un escaparate, viviendo el momento, sabiendo que, tarde o temprano, quedaría atrás.