Deseos

Todos tenemos deseos, muchos de ellos son pasajeros, fruto del autoconvencimiento, de la opinión ajena.

Deseos que ocupan parte de nuestro tiempo, provocando la pérdida de éste. Muchas personas hablan de tener sueños, cuando, en realidad, son deseos.

No necesitas un coche más grande, ni un teléfono más moderno, ni un ordenador más potente para seguir escribiendo en Microsoft Word, ni tampoco que te toque la lotería, pues ninguna de estas cosas soluciona tus conflictos internos.

Deseo vender más libros porque esto significa llegar a más lectores, hacerlos viajar por otras vidas y lugares que desconocen, a reflexionar, a la vez que formo una placentera pausa en sus congestionados días.

Deseo viajar más, para poder plasmarlo en mis historias y alcanzar mi visión particular de la vida a otros.

Cuando tus deseos se convierten en propósitos, tu relación con la otra parte siempre es equilibrada: tú ganas, la otra parte también. Tú das algo sin esperar nada y, tarde o temprano, recibes también.

No imagino a un arquitecto pasando por delante de una de sus obras, con el bolsillo lleno y orgulloso de haber estafado a un montón de personas por haberle vendido una gran chapuza.

Ni al músico riéndose de quienes van a verlo después de pagar por un concierto nefasto. Ni siquiera al camarero que te prepara un café horrible.

Quien realmente gana la partida y logra que esos deseos, llamados sueños, se conviertan en tangibles, da lo mejor de sí, cada día, con la satisfacción del trabajo bien hecho, veinticuatro horas, siete días a la semana, sin tirar la toalla.

Más allá de la libertad, buscamos hacer las cosas bien.

Cuando entras en ese estado, se te olvidan las nimiedades que antes ocupaban tus horas.

Te siente fuerte, capaz de todo, a pesar de que acabas de empezar.

Y cuando te va mal, o no tan bien como esperas, ya no le echas la culpa a nadie de tus problemas, ni de tu vida.

Te das cuenta de que lamentarse no sirve de nada.

Tu tiempo se convierte en tu moneda más valiosa y te planteas si merece la pena ver esa serie de Netflix o dormir dos horas más.

Las opiniones ajenas que no enriquecen tu camino, dejan de tener relevancia y se convierten en ruido, ya sean familiares o personajes de Twitter.

Sinceramente, te la sudan.

Tu batalla es contra ti y tu tiempo, y cada segundo que pasas en otra cosa, te alejas de tu propósito.

La visión ha de ser grande, difícil de lograr. Sólo así nos ponemos a prueba, hasta llegar a donde queremos estar.

Existen cientos de ejercicios para mentalizarnos, millones de libros que te contarán como atraer la prosperidad a tu vida y un sinfín de cosas que te harán comprar más libros, pero esa magia de la que hablan está en el trabajo constante, en dormir poco y terminar ese proyecto a tiempo, en posponer tu placer de hoy para el bien de mañana, en dejar de mirar a otros con recelo y mover el trasero para recorrer tu camino.