Desnudos

 

Dicen que a los artistas se les conoce a través de su obra. Siempre he tenido curiosidad por conocer la vida de esas personas extraordinarias, qué les llevó a ser así, a hacer lo que hicieron y qué clase de rutinas secretas llevaban a cabo para desmarcarse del resto.

Hasta hace más bien poco, lo único que teníamos era la obra, los documentales y las biografías. Nombres a los que admiro con curiosidad como Ernest Hemingway, Jack Kerouac o Patricia Highsmith.

Atrás quedó el misterio de una máquina de escribir y lo que pasaba entre horas, ya que hoy todo es una radiografía diaria, ficticia, de lo que -a quien alguien llamó- los influyentes dictan.

Entre mis palabras, habrá quien encuentre cierto resquemor, pero nada más lejos. Me considero la última persona para influir a nadie, ya que soy un lienzo que está sin acabar.

Es verdad que las personas mostramos diferentes rostros dependiendo del contexto y el entorno en el que nos desenvolvemos.

Yo mismo lo hago. Así que, para mí, la autenticidad de cada uno es bastante cuestionable. Básicamente, tenemos una personalidad para cada momento: con nuestra familia, con nuestros amigos, con nuestra pareja.

Muchas personas evitan enfrentarse a la soledad por temor a lo que pueden encontrar en ella.

Siempre he pensado que las personas que navegamos y nos paramos a leer artículos en internet -más allá de las preguntas que resuelven un problema- somos seres introvertidos, en mayor o menor medida, con un grado de profundidad espirital superior al de otros.

Quien haya tratado conmigo, pensará que no lo soy, pues tengo una verborrea incontrolable y me gustan demasiado las barras de los bares, pero eso no significa nada. Tener habilidades sociales no te priva de encontrar la paz en el absoluto silencio.

Ser introvertido no tiene nada de malo, a mi modo de ver, siempre y cuando establezcamos un equilibrio entre los dos mundos: el social y el propio.

Gracias a esto, he descubierto que existen rutinas para tener una buena salud mental y mantenernos entre esas dos fronteras.

Actividades, llamémosle como nos dé la gana, de las que siempre nos han hablado y que nunca hemos puesto en práctica por vergüenza a sentirnos estúpidos, pero que son fáciles de realizar y no requieren más que unos minutos.

Meditar de cinco a diez minutos diarios, pasear durante media hora, contemplar el cielo, escuchar un bonito disco, escribir nuestros pensamientos en un cuaderno, irnos a la cama una hora antes con un libro en la mano -y no una pantalla- y dormir ocho horas.

Sé que me repito, pero de eso se trata, de repetir, de hacer que cale y se convierta en algo propio.

Para realizarnos no necesitamos leer libros de quinientas páginas ni pasar las horas buscando artículos sobre cómo “hackear” nuestra vida. Llegamos al mundo desnudos y no necesitamos más.