Emociones

Miro por la ventana y las palabras se atascan en mis manos como un tubo de escape embozado. Me encuentro en el final del libro, donde toda la magia florece… o no. Por eso, debo estar al cien por cien y hoy es uno de esos días en los que no hay manera.
No pienso darme por vencido.

Tengo un montón de correos electrónicos a los que me gustaría responder y no puedo. Tendré que acostumbrarme a la vida lenta que añoran los ejecutivos, a los cien kilobites por segundo y entender que el mundo no se acaba.

Estos días de casi absoluto retiro social, escribo y trabajo, pero también reflexiono a solas porque soy yo quien debe asimilar los golpes, las victorias y los desafíos. Durante el verano, la vida es bella para muchos: vacaciones, tumbonas de playa, cervecitas en el bar que han abierto; las fiestas patronales, las comidas en el restaurante de siempre, la paella de los domingos, el libro que todos leen y que te han recomendado en el trabajo, pensar que no hay mañana, decir que esto es vida bajo el sol, encima de un barco o frente a un plato de pulpo a la gallega.
Pero todo es pasajero y confuso, irreal y transitorio, y sé que todos se irán en cincuenta días. La calle volverá a estar vacía pero yo seguiré asomándome al balcón, viendo cómo el mar se enfurece y las gaviotas vuelan a otro lugar.
Hace unos días leí que repetir tu mantra es la única forma que funciona para que termine resonando en ti. Y de eso se trata, de levantarme a diario y escribir, exprimirme como a un cítrico y sacar las palabras de mis entrañas, porque ya llegarán los días de cuchillo y edición, donde el escultor pule y pule deshaciéndose de lo inservible.

En mis reflexiones también pienso en las personas que me leen. De hecho, son en las que más pienso (puedes incluirte si has leído alguno de mis libros). Cada mañana, mientras sale el café, doy las gracias por todo. Siempre que puedo, leo los correos que me escriben o responden. Todos tan amenos y amables, tan calurosos y llenos de amor y apoyo. Me emociono al leerlos y busco la forma de responder y agradecer tanto apoyo. Es curioso cómo recuerdo cada uno de los nombres y apellidos de las personas, la historia que hay detrás de ellas, de sus vivencias y experiencias relatadas en la correspondencia. Lectores de todas partes a quienes nunca he visto pero con los que siento mucha cercanía. Cada vez que me escriben, soy consciente de la importancia de la relación que existe entre nosotros y de que podrían estar haciendo otras cosas en lugar de leer mis correos, mis libros o, simplemente, poniendo un “Me gusta” en una red social. Creo que esta es la base de hoy y de siempre, hagas lo que hagas, seas quien seas, si quieres perdurar como un árbol. La base para hacer amigos y no clientes.

Pero no siempre es así de colorido ni de mágico. Hay mañanas en las que despierto, leo el correo y encuentro mensajes desagradables, comentarios e insultos, hacia mí, hacia lo que escribo o hacia mi vida. Por fortuna, no son demasiados, aunque suficientes para que moleste como la picadura de un mosquito. Pero son necesarias para hacer balance, para no perder la perspectiva sobre quien sí nos apoya, para centrarnos en ellos y no en lo negativo. No podemos gustar a todo el mundo, ni debemos intentar convencerlos para que cambien su opinión. En internet la crítica es más fácil, no hay más que ver las épicas discusiones en las que mucha gente se enzarza en Facebook. Seguimos siendo humanos y mientras así sea, nos dejaremos llevar por las emociones.

En mi caso y en el tuyo, si me lees, prefiero verlo así. Quien me conoce un poco, sabe que no empecé ayer sino que hace siete años comencé a poner ladrillos sobre un cimiento para construir un gran edificio donde habitara una gran familia (lectores y yo). Poco a poco, más gente (lectores), curiosos por el proceso, se fueron uniendo a la aventura. Otros, desistieron y se marcharon sin mala sangre. Hasta hoy, algunas personas intentaron parar la construcción con críticas o comentarios negativos, pero necesitaban algo más que eso.
Con esto quiero decir que las críticas son necesarias, sobre todo, si son constructivas, pero las negativas nunca están de más si sabemos gestionar nuestro ego ya que, en lugar de centrarnos en lo negativo, debemos enfocarnos en todo lo bueno que nos rodea.
Creo firmemente en una vida estoica y espartana de dedicación completa a lo que se ama. Creo en la gratitud y en una visión positiva. No hay más, y también creo en que es fundamental escuchar a quien nos apoye, nos guste o no.

Tanto el odio como el amor son dos tipos de emociones. Tú decides cuál quieres para ti.