En el camino

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Llevo tres primaveras en tres lugares diferentes y no llego a acostumbrarme a ello. Aún recuerdo aquel mes de abril en el que el sol no llegaba a salir cada mañana que cruzaba el Parque Łazienki Królewskie, que era el Retiro polaco.

Después vino la costa, los paseos por el puerto, la llegada de los barcos que habían salido a faenar. El olor a óxido, combustible y pescado fresco. El bullicio de la lonja y las gaviotas. Hoy he cambiado las palmeras por las calles del barrio, la estación de Príncipe Pío y el Palacio Real. El contraste es diferente, las caras vuelven a gozar del estrés de la jornada laboral. Los porteros de los edificios, ese oficio que no había visto en las ciudades pequeñas, controlan la calle y me saludan, sorprendidos, por moverme fuera del horario cotidiano.

Tres primaveras que, echando la vista atrás, han dado mucho de sí. Momentos que guardo en -ya unas cuantas- libretas de tapa dura y horas de conocimiento que me ayudan a seguir siendo, una vez más, independiente en todos los aspectos.

Cuando tenía veintitrés, me tatué una frase de On The Road de Kerouac.

Quería vivir como él, escribir en rollos de papel y que mi libro terminara en un museo de San Francisco. Más tarde regalé el libro, pero me quedé con lo que necesitaba en el brazo.

Sigo pensando que la revolución está por llegar, aunque la mía empezó hace unos años. Los números no mienten, los hechos tampoco y me gusta observar la trifulca dialéctica entre detractores que sacan el gladio sin meditar lo que dicen.

Desconecto, cierro la pestaña y me relajo leyendo libros que tenía pendientes. Los sueños se cumplen, pero hemos pasado de imaginarlos a nuestro antojo para desear la ficción de las pantallas, y eso nos hace sentir miserables. Llevo un tiempo tomando distancia de todo ello. Busco que me emocionen las personas, el arte, la vida.

Photo by Jez Timms on Unsplash

Hace unos días, viendo una serie de televisión, me quedé con un fotograma: un hombre en la mesa, tomando un chato de vino y cortando queso y embutido sobre una tabla de madera. La belleza de lo simple, de lo esencial. Mi vida resumida en una imagen, y la de mi abuelo.

En esta primavera me aprovecho del sol para seguir trabajando. Patricia Highsmith siempre tiene la respuesta para todo y recurro a ella cuando me quedo absorto en mil preguntas.

Tres primaveras que en unos días se sumarán a las treinta que llevo aquí con los pies en el suelo, no siempre escribiendo. Es curioso cómo el paradigma que tenía de la vida ha cambiado en los últimos diez años. Es curioso cómo todo lo que tenía sentido, dejó de tenerlo para darle importancia a otras cosas y me pregunto si de verdad existe esa gente que tiene su vida hecha, sin importar los años que cargue a sus espaldas.

Cada día, cada mes y cada año cuentan para que sumen. Ahora miro la tinta en mi piel, las palabras que pusieron rumbo a mi aventura y caigo en la cuenta de que ese libro lo voy escribiendo cada día.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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