Encajar

Cada día que pasa, me levanto antes. La urgencia de irme a dormir pronto cuando siento que el cuerpo está agotado, me ha hecho olvidarme de otra cosa que no sea centrarme en mis asuntos.

Los días pasan, demasiado rápido, y los proyectos se amontonan. Siempre queda algo por hacer.

He decidido guardar mis opiniones más personales, mi forma reposada de entender el entorno, pues ya he visto que no sirve de nada expresarse mediante el habla.

Antes de que acabes, ya han preparado la réplica sin esforzarse en comprender lo que quieres decir.

Por eso, sé que la única salvación para que el mensaje perdure, son las palabras escritas, las historias, los textos. Verter ahí lo que fuera no es más que ruido para los oídos. Maquillarlo bien para que la reflexión sea de quien lo lee. Una lima en un pastel para que podamos librarnos de las prisiones mentales, de las ideas incuestionables y, sobre todo, del sistema en el que nos movemos.

Junio está aquí, aunque no se detuvo ni a saludar.

El tiempo corre y, sin darme cuenta, tengo nuevos vecinos. Le dije a mi madre que no quería ver la vida pasar desde una ventana y, precisamente por eso, sigo haciendo lo que hago.

No existe nada mejor (o peor, según se mire) que tener la incertidumbre de qué sucederá en el futuro, de no tener un patrón lineal que te lleve al punto que deseas, de despertar a diario sin saber si es posible.

Y esto cuesta aceptarlo.

Hace tiempo que dejé de soñar para empezar a vivir cada uno de mis días.

Hace tiempo que estiro las semanas sin querer que llegue el viernes, aunque esto sea imposible.

Hago lo que puedo, lo que está en mis manos e intento irme a la cama con la satisfacción de haberlo dado todo, como el titular que sale al campo y no encaja ningún gol.

Cada paso cuenta y así se hace camino.