Éxodo

Hace un calor de espanto. Nos hemos olvidado de cuánto lo habíamos deseado unos meses antes. El cielo se cubre de un color gris esponjoso que se prepara para descargar su ira con una tromba de agua. Junto a la ventana y bajo los cálidos rayos del sol, escribo estas líneas. Frases que no tendrían ninguna transcendencia si no fuera porque, posiblemente, serán las últimas que redacte sobre esta mesa de madera. Mientras el casero busca con impaciencia a alguien que llene el apartamento con mi salida, pienso en las ocho novelas que escribí sobre este mueble, durante estos tres años (una fue escrita en el primer apartamento en el que viví). Desde El Profesor hasta Don, pasando por Caballero. Un total de 1.460 días entre páginas, vivencias y un país que me ha acogido sin pedir nada a cambio. Varsovia ha sido y será la ciudad de mi formación como escritor, entre otras cosas. Horas y horas calentando, tecleando con furia y trabajando para que las cosas se enderezaran. Sin embargo, todo tiene su fin, y aunque no me lo crea, el momento de regresar a casa ha llegado.

Todavía estoy lejos de lo que quiero alcanzar -pienso en grande, siempre-, pero camino siempre con los pies en el suelo aunque con el enfoque bien ajustado. Navego como un navío que se dirige a costas peligrosas, pero hoy, más que nunca, puedo decir que una de las claves de todo es el esfuerzo, las ganas de sentarte a escribir cuando regresas del trabajo en lugar de ver Game of Thrones. Renunciar a los sábados y a las borracheras nocturnas para tener el libro preparado a tiempo. Estudiar cómo lo hacen otros y experimentar con tu propio dinero. Perder el miedo, a todo, incluso al fracaso. Saber que siempre puedes volver a la casilla de inicio si se tuercen las cosas -y que podrás empezar de nuevo-.

Leo, escucho y veo a personas que se quejan por todo. Gente que habla de lo complicado que resulta hacer algo. Puede que no les falte razón, no lo sé, pero propagar el fuego en las redes no les ayudará demasiado. Además de un idioma y una visión diferente de las cosas, he aprendido a ser libre, tomar decisiones y ser consecuente con ellas. Siempre habrá alguien que te dirá lo que tienes que hacer, así como quien te mandará a la mierda. Debo reconocer, que en mis últimos meses, me he posicionado más en el segundo lugar, cortando la mala hierba que había a mi alrededor y silenciando todo el ruido innecesario. La vida pasa y la forma de pensar se vuelve férrea con el tiempo, sin importar dónde o con quién te encuentres. Sé que mi estancia en Varsovia me ha cambiado positivamente para siempre. De pequeño, jamás pensé que visitaría aquellos lugares que sólo existían en los mapas y en las películas. Personas, porque al fin y al cabo somos eso, personas, iguales aunque únicas. Ni todos tenemos que ser los inventores del próximo Google ni tampoco renunciar a nuestros sueños. Es tan simple como poner en acción nuestras ideas, ser pacientes y experimentar disfrutando el proceso. No hay más. Tan pronto como seamos consecuentes con nosotros mismos, empezaremos a ser felices.

En los próximos días cruzaré Europa en coche, desde Varsovia hasta Elche. Me ha costado veintiocho años llegar a este momento de inflexión en el que, por primera vez, voy a hacer a tiempo completo lo que realmente me gusta. Siete años de entrenamiento básico para llegar a maldito instante. Y sin celebrarlo demasiado, sé que, a partir de ahora, comienzan los diez años más importantes de mi vida junto a quienes me leéis y brindáis apoyo. Sólo puedo decir: gracias. Por muchas historias más juntos.