Exprimir el zumo de la naranja

Los días pasan rápido. El ruido de las obras me despierta, recordándome que es lunes, que es momento de ponerse en marcha y dejar los tiempos muertos bajo las sábanas para otro momento. Me cuesta salir del colchón. Preparo café y tomo algunas notas en un cuaderno que está pidiendo el cambio. De pronto, me viene a la mente la imagen de unos días atrás. Era de noche.

Me trasladé hasta Chamberí para buscar un bar en el que conversar, sin más. De pronto, me di cuenta de lo viejo que me había hecho, al comprobar que la efervescencia juvenil tenía cara de universitaria, de colegio mayor y juergas hasta las siete de la mañana. En otra ocasión, me hubiese gustado acariciar con los dedos el espíritu, pero supongo que me sobrepasó el exceso de hormonas en el aire. Finalmente, no muy lejos de la Ardosa de Santa Engracia, encontramos una barra. Era un bar para beber, ya que comida había la justa. Allí sentado, pegué un barrido visual y me di cuenta de la cantidad de chicas y chicos que había en el local. Más ellas que ellos, todas bonitas y bien arregladas para comerse la noche. A esas horas, el cielo estaba oscuro y me imagino que por sus cabezas, podría pasar cualquier cosa. Más tarde, entre alcohol y sonrisas, quién sabe lo que ocurriría. En algunos casos, nada. En otros, conocerían a la persona de su vida, que después se convertiría en esposo, o en un error temporal. Algunas personas tendrían una noche de pasión en un estudio recién alquilado o en el portal del edificio, a plena luz de la luna.

Las posibilidades era tantas como uno deseara imaginar. Hace diez años, existían tantas distracciones como hoy, pero el teléfono aún no se había convertido en una extensión completa del brazo. En mi época -que suena esto a lustros pasados-, aprendí a coger la naranja y beberme todo el zumo, hasta que no quedara ni gota, sin plantearme, antes de hacerlo, si había otra naranja más grande y perfecta. Por supuesto, si iba a poner empeño, enfocaba mis esfuerzos.

De vuelta a casa, me pregunté si en estos tiempos extraños, con tanta exhibición constante y necesidad de atención, con tanto deseo por catálogo, serían capaces de disfrutar el momento al completo, sin preguntarse si existe algo mejor. Porque siempre lo habrá, no me cabe duda, pero eso no será lo que llene el estómago, ni tampoco el corazón.