Eso que fuiste y ya no eres

 

Vuelta a la ciudad, a los rótulos escritos en la lengua madre. Vuelta a ver rostros conocidos y sentir olores familiares. Reconozco que hacía mucho tiempo que no me tomaba una pausa de diez días seguidos, de esta manera, sin apenas estar frente a la pantalla. Pero ha sido más que necesario. Regresar a Polonia, no sólo ha servido para reencontrarme con quien fui un día, hace siete años, y de quien no queda nada; sino también para entender cómo, a tres mil kilómetros de casa, uno se puede también sentir en el hogar. He hablado polaco, he disfrutado paseando por las calles, he ido hasta los apartamentos en los que escribí las primeras líneas y me besé por primera vez en la capital. Pero también he tenido tiempo para viajar por el norte, descubriendo una parte del país que desconocía, desconectando entre cocina tradicional, cervezas artesanales y, por supuesto, mucho whisky. Así que disculpad si no he respondido con tanta urgencia como suelo hacer, pues no tenía medios, ni manera.

Siento dentro de mí que, además un puñado de historias, me traigo un montón de reflexiones que, tarde o temprano, se transformarán en párrafos, diálogos y pensamientos de novela. No me cabe la menor duda. Sé cuándo algo bulle y, si me fui de aquí con el alma pidiendo una pausa, regreso con los dedos preparados para escribir sin cese.

Sin duda, a veces es bueno regresar al lugar donde comenzaste eso para darte cuenta de que ya no queda nada de lo que fuiste.