Gratitud

Cuando despierto, todavía es de noche. Aquí, al oeste, amanece más tarde que en Varsovia. Hacía tiempo que no escuchaba a los grillos cantar. Salgo al balcón y siento la humedad del mar y un estrepitoso grito de gaviotas. En la oscuridad, levanto la mirada y veo a una bandada de aves que vuelan hacia algún lugar que desconozco. Disfruto el momento, la belleza del instante mientras muchos duermen.

Como seres humanos, tendemos a acostumbrarnos rápidamente a cualquier situación o entorno. En cuestión de tiempo, podemos perder el aprecio por lo básico y caer en la rutina de lo mundano. Preparo café y pienso que soy una parodia de mí mismo en este apartamento costero. Después lo pienso y sonrío.

Decía Lao Tse que el agradecimiento es la memoria del corazón. Puede ser. En mi caso, me ayuda bastante escribir cada mañana en un cuaderno. Lo llamo el cuaderno de gratitud. La idea no es originalmente mía, aunque tampoco recuerdo de dónde la tomé prestada. Sin unas normas estrictas, me limito a agradecer por escrito lo que deseo, no importa qué. Anoto la fecha y escribo varias frases. Entonces me doy cuenta de que, dar las gracias, me hace sentir bien y es una buena forma de empezar el día, mucho mejor que viendo las noticias o leyendo titulares que no hacen más que generar ansiedad.

Es importante recordar que, sin importar donde estemos, nadie nos debe nada por estar aquí. Todo lo contrario. Los cambios requieren tiempo, pequeños pasos, pero a nadie le interesa escuchar eso. Por tanto, es importante encarar los días con la actitud correcta, por mucho que nos pese, como un hábito que duele, como una nueva disciplina que aprendemos. Controlar nuestro interior nos hace imparables. El tiempo dirá aunque, tarde o temprano, pase lo que pase, nos acostumbraremos a que el viento sople sin importarnos hacia dónde.