Histeria y estoicismo

Estos días son complicados para todos, incluso para mí. Hoy Madrid parece una ciudad zombie, propia de película apocalíptica. En las últimas jornadas se ha visto de todo, desde imbecilidad a histeria. El ser humano en su máximo esplendor, sacando sus instintos más primarios, pensando únicamente en su clan, su manada, saqueando los supermercados con compras abusivas y olvidándose de quienes estaban en sus puestos de trabajo o no podían acceder a esas horas a la compra. Los negocios revientan, los bares se vacían, los camareros se enfadan pensando en la cola del paro y los clientes se marchan cuando llegan otros por miedo al contagio (y no a la transmisión). Y no me olvido de la clase política, que ha demostrado ser lo más infame y oportunista que existe, sin importar el color que represente.

Nunca pensé que vería la calle de Atocha tan vacía, ni que pasear por la capital me transmitiría sentimientos contrarios. Estos días las redes se llenan de analistas expertos en la materia, en busca de protagonismo, de un «os lo dije» en el futuro, pero que, en realidad, no hacen más que infundir miedo. Pero también los hay bromistas, oportunistas, quejicas, acusadores y luego los que repiten el mantra sesgado con una opinión que han tomado prestada. Cada persona expresa su miedo, de la forma más pura, sacando a la luz lo que de verdad le aterra. Y, si lo miramos desde una panorámica, es su forma de manifestar su manera de fin del mundo.

La gente tiene miedo a ver la muerte de cerca, a morirse y desaparecer de este plano. De ahí su actitud.

La situación me hace reflexionar sobre muchas cosas. Lo primero es que nadie va a leer más de lo que leía antes, ni a tener esas conversaciones profundas que siempre se mencionan y nunca se tienen. Tampoco va a completar las listas que tenía por hacer, escribir ese libro que siempre tuvo en mente, ni cambiar su forma de pensar. The Clash lo decía en London’s Burning, que todo el mundo se quedaba en casa viendo la televisión mientras la ciudad ardía. Esto será parecido, pero con la generación de pantallas que tenemos al alcance. Cada cual es libre de malgastar su tiempo como quiera. Al fin y al cabo, lo único que buscamos es evasión y entretenimiento mientras seguimos confinados.

En mi caso, tomo el asunto con estoicismo, procurando no contagiarme, pero consciente de que hay cosas fuera de mi control por las que no puedo hacer nada. Si aquí se acaba, me iré con la conciencia tranquila de haber hecho lo que me ha dado la gana, siempre que he podido. Si aún te quedan sueños por cumplir, plantéate qué has hecho durante todos estos años. Quizá este sea un buen momento para tomarnos la vida más en serio, empezar a caminar a nuestro aire y dejar de pensar en lo que otros quieren para nosotros. Por otro lado, es curioso cómo no le damos importancia a toda la gente que muere a diario en el mundo (por una causa u otra), hasta que la parca acecha. Las enfermedades no entienden de color ni de clase. En ese estadio, nadie te debe nada. La ilusión de seguridad, que decía Tyler Durden en El Club de La Lucha.
Venimos sin que nos lo pidan y nos vamos sin que nos avisen. Por tanto, más vale tomar las cosas con calma y temple, porque poco se puede hacer al respecto.

Vienen días complicados para quienes no soportan la soledad ni el confinamiento. Jornadas de experimentar algo nuevo para lo que mucha gente no se ha preparado en su vida. Las semanas pasarán, el alcohol se volverá en el aliado de muchas personas, las discusiones subirán de tono y habrá quien no lo soporte. En unos meses, cuando todo esto pase, veremos qué ocurre, si en lugar de Londres arde Madrid y se revive el dos de mayo de los episodios de Galdós (aprovechando el centenario).

Soy un fiero optimista, aunque esto termine resultando un infierno. Prefiero pensar que no, que nada de lo anterior ocurrirá y que volveremos a una extraña normalidad, olvidándonos de ella con el tiempo, como hemos hecho siempre, como animales de supervivencia que somos. Porque es muy probable que en unos meses sea así. Pero lo que yo piense, es mi decisión y sólo me afecta a mí, a mi bienestar y al tiempo que, como todos, voy a estar encerrado en Madrid leyendo, escribiendo, ejercitándome en casa y blindándome en mi fuero interno como he venido haciendo siempre.

Las crisis generan cambios. Vivimos un punto de inflexión para todos. Podemos evitar lo evitable, tratar mejor a quien convive con nosotros antes de que sea tarde, estar más agradecidos por lo que tenemos, sentar las bases de lo que queremos ser y hacer cuando esto pase y protegernos como podamos de lo inevitable.

Pero también podemos seguir consumiendo o generando basura informativa a diario y posponer esa conversación que tenemos pendiente con nosotros mismos.