Influyente

 

El verano ha llegado para quedarse en Europa mientras al otro lado del charco se hielan de frío.

Por las mañanas, antes de que salga el sol, veo a más gente haciendo deporte en un día que durante el resto del año.

Vivir a orillas de la playa te hace olvidarte de eso, de los turistas ocasionales, de que el año tiene dos meses en los que todo vale, la ropa es escasa, el calor aprieta con furia y todos quieren lucir perfectos.

Y, mientras tanto, sin darme cuenta, yo he ido construyendo una historia, navegando contra viento y marea, ajeno a los sucesos, al espectáculo de Maradona, a las sorpresas del Mundial.

Cuando salgo a pasear con el perro, el cielo toma un color violeta que todo el mundo quiere fotografiar con sus teléfonos móviles. Una y otra vez, la escena se repite, buscando la foto perfecta, la pose ideal para atraer más corazoncitos a la cuenta de Instagram.

Todos quieren compartir sus retiros vacacionales perfectos, las cervecitas bajo la sombrilla, los desayunos bajos en calorías y las botellas de vino blanco.

Nadie puede esperar a contarlo cuando regrese de vacaciones por miedo a que ya no interese.

La realidad ficticia e instantánea a la que vivimos sometidos es tan confusa como un oasis de felicidad.

Finge hasta que te conviertas en ello. Y todos nos convertimos en falsas estrellas sin brillo.

Sin embargo, la vida me ha contado otra cosa, que los procesos son lentos, imperfectos -en ocasiones, miserables-, duros y que no siempre tienen un final feliz.

Que esto no va de tener miles de seguidores ni de construir olimpos, si eres incapaz de responder los comentarios que te dejan.

Que no cuentan los corazones de la pantalla sino los que bombean de verdad.

Que va de personas y el cambio que puedas hacer en ellas. Esto no va sobre ti y las opiniones irrelevantes que tienes que decir.

Que conseguir algo, en ocasiones, cuesta tanto que sólo unos pocos están dispuestos a pagar el precio.

Hay quien se identifica con mis palabras, a quien le jode lo que tengo que decir y también a quien le es indiferente.

La belleza de internet nos permite serpentear sin caer en el ruido que no queremos escuchar.

Pero, para lograr algo, no queda otra que dejarse las vestiduras y romper con todo aquello que no hace más que corrompernos, aunque duela.

Apagar el maldito teléfono hasta que conozcamos el camino que queremos tomar.

Escucho a menudo historias sobre castillos de arena que nunca se construirán.

Leo a menudo frases de autoayuda que no se las cree ni quien las comparte.

No importa lo que escribas, pintes, toques, fabriques, hagas… No importa siempre y cuando salga de tu corazón. Y digo que no importa porque vivimos en un mundo tan conectado que puedes comunicarte con otros sin levantar el culo de la silla.

No necesitamos la aprobación de nadie para hacer de un sueño algo real. No necesitamos compararnos para saber que estamos en lo cierto.

Y puede que esto suene idílico, pero suena mucho más real que tener la esperanza de que algún día me toquen con una varita mágica.

Soy una persona afortunada por la gente que me rodea y me lee, por la gente que me brinda su apoyo cuando podría estar haciendo otra cosa.

Soy afortunado por vivir de lo que me gusta y saber que tengo un respaldo sincero.

Mi mayor tesoro son mis lectores, quienes me apoyan, sin excepción alguna. Ellos, tú. Hoy y siempre.

Tu mayor tesoro empieza por quien te escucha sin pedir nada a cambio, quien invierte su tiempo y atención para entender tu visión del mundo.

Si ya lo tienes y te crees superior que porque siguen ciegamente lo que haces, háztelo mirar porque estás en la más absoluta mierda.

No des nunca nada por sentado, pues esa persona no tiene ninguna obligación de hacerlo.

No reproches a quien no esté interesado, pues tal vez no sea su momento o camine por otros derroteros.

En cambio, si eres capaz de hacer un impacto, puedes llegar a miles de personas. El pastel es más grande de lo que imaginas. Es una cuestión de tiempo, esfuerzo y honestidad.

Y si logras que ese trocito de tu verdad llene el vacío de alguien, esa persona te seguirá hasta el fin del mundo.

Pero debemos estar preparados.

En lo bueno y en lo malo.

Cuando te acompañen y cuando se marchen.

Cuando te digan lo que estás haciendo mal y cuando celebres tus victorias con ellos.

No son fans, no son seguidores, no son tu rebaño.

Son personas como tú, no lo olvides.

El ego siempre fue, es y será nuestro peor enemigo.