Intenso

Amanece en Madrid otro día más. Café en el bar y el vaho de los coches que van a la oficina. Viernes, escritura y fin de semana. No espero nada y, a la vez, lo quiero todo. Los correos se acumulan -para variar- en la bandeja de entrada. Saco tiempo de donde puedo para responder con urgencia, pero los días son cortos y mi energía limitada. A veces, me gustaría que tuvieran veinticinco horas para así dormir sesenta minutos más. Pero estoy tranquilo, casi recuperado y en mi ritmo habitual. Una nueva historia que verá la luz en noviembre. En este punto, las novelas -a la hora de escribirlas- tienen la misma estructura que la música que escucho: la solidez del rock y la improvisación del jazz. Y así me dejo llevar cada jornada, entre letras y páginas, sin entender qué está pasando al otro lado de las paredes, ni tampoco fingir interés por saber más.

Aún queda año, a pesar de que los ayuntamientos se empecinen en poner el alumbrado de Navidad y en los supermercados ya haya turrón de almendras. No ha sido fácil, pero tampoco tengo queja alguna, sólo la vaga sensación de que ha sido largo, muy largo, y eso me gusta.

La vida hay que vivirla con intensidad.