Intrusos

Suben las temperaturas, el sol calienta el balcón y una pareja juega a las palas en la playa. Podría pensar que es absurdo, que seguimos en enero aunque parezca mayo, pero prefiero creer que aprovechan el momento. Ellos se hartan al poco, mientras yo sigo sentado, escribiendo correos en mi teléfono bajo el sol que pega en mi cara.

Después de un rato, me doy cuenta de que llevo demasiado tiempo expuesto y me duele la cabeza, pero es tan agradable que me resisto.

En ocasiones, la mente nos juega malas pasadas y vagamente nos damos cuenta de ello, pero hay que ser fuertes, tomar distancia y analizar por qué nos sentimos así. En la mayoría de casos, enfocamos mal nuestras emociones y pagamos con quienes tenemos al lado, con nuestros miedos o, mucho peor, con nosotros mismos.

Supongo que los escritores pecamos mucho de esto.

Tengo una personalidad polarizada y soy consciente de ello.

Soy risueño y melancólico, soy espartano -en mi forma de enfrentarme a los acontecimientos de la vida- y zen.

Soy -o creo que lo soy- una persona humana que procura disfrutar de sus días, como cualquiera.

Incluso a mí, después de unas cuantas novelas, la etiqueta de escritor me sigue quedando grande e intento evitarla. Una vez leí que era escritor quien cobraba por sus trabajos.

Bien, eso ya lo hice hace tiempo, pero ni así.

Los procesos de creatividad -como en el que me encuentro ahora- suelen ser devastadores a mitad de proyecto, ya que perforan la autoestima.

Estoy seguro de que, lo que siento, le ocurre a otras personas en otras disciplinas.

Todo se cura con unas horas de sueño y una buena compañía. Nada es tan importante.

Deja de quejarte, deja de poner excusas. Nadie te escucha.

Y, aunque lo hiciera, la angustia seguiría ahí.

No busques la complacencia en otros porque todo lo que necesitas está dentro de ti.

Si duele es porque ya lo has encontrado.