Jazz y bandas sonoras de la vida

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Hay unos cuantos discos de jazz que significan mucho para mí. Con ellos aprendí a viajar, a sumergirme en historias, a entender la vida de otro y modo pero, sobre todo, a sobrevivir. No soy un experto del género, aunque tengo mis referencias. El jazz llegó a mí en el primer año de universidad, junto a esa copia manoseada de En el camino de Kerouac, cuando aún no usaba Kindle y tenía que apañármelas pidiendo libros prestados en las bibliotecas públicas. Mientras leía, aprendí a escribir acompañado de Miles Davis. Después llegaron los demás. Descubrí a Coltrane, a Brubeck, a Gillespie, a Baker, a Desmond, a Evans, a Gilberto, a Stan Getz, a Remler, a Montgomery, a Monk, a Blakey, a Jobim…

Poco a poco me cobijé en todos los que encontraba, sin más referencias que las que me daban algunos libros o documentales y las páginas de internet. Con todos ellos escribí y leí, desde el principio hasta hoy, cada una de las historias que he publicado, cada uno de los textos que circulan por la red. Para lo bueno y para lo malo, estuvieron conmigo.

Recuerdo mis primeras páginas frente al ordenador, sin saber muy bien en qué dirección ir, dejándome llevar por la improvisación del relato corto, del humo de la novela pulp, de la ignorancia del principiante. También me acuerdo de una noche joven en Gdańsk, al norte de Polonia, bailando en un club al ritmo de bebop, junto a unas chicas locales que nos habían llevado allí. También una tarde, hace ya años, en mi apartamento, cuando otra chica me dijo que quitara el disco, que el jazz era triste y le producía depresión. Supe que no llegaríamos muy lejos.

Madrid tiene bares de jazz, como el Jazz Bar o el Café Comercial. No me interesa la escena musical, ni el esnobismo que hay en ella (como el del profesor de la escuela en la película de Whiplash). Me es indiferente, así como lo es el jazz para mucha otra gente a la que no le dice nada (y es entendible). A menudo, en el Templo de Debod siempre hay dos hombres tocando Take Five, Desafinado o El Concierto de Aranjuez para las parejas de turistas que se acercan al mirador.

Nunca he hecho una lista de álbumes favoritos porque jamás me lo he planteado, porque los que hoy escucho, mañana serán reemplazados por otros.

Los discos forman la banda sonora de mi vida y absorben momentos y capítulos que, en ocasiones, prefiero no volver a leer. Es una lástima, pero no soy yo quien elige los desenlaces.

De muchos, aquí van diez que disfruto:

  1. Miles Davis – Kind of Blue
  2. Chet Baker – Strollin’
  3. Antonio Carlos Jobim – Stoneflower
  4. John Coltrane – Blue Train
  5. Kenny Burrell – Moon And Sand
  6. Stan Getz / Joao Gilberto
  7. Gerry Mulligan – Night Lights
  8. Emily Remler – Firefly
  9. Wes Montgomery – Full House
  10. Paul Desmond – Feeling Blue