Juego de cartas

red mug beside wine bottle

Esta cuarentena me ha puesto un poco en órbita. He tenido tiempo para leer y terminar algunos títulos que parecían interminables, pero también para ver algunas películas que no había visto aún (El Irlandés) y otras que hacía mucho que no veía (como Goodfellas o Collateral). Echo de menos algunas cosas en los tiempos que corren. Quizá sea la forma de pensar y de actuar ante ciertas situaciones. Todavía recuerdo ver, hace no mucho, a ese conocido periodista de un diario de tirada nacional, tomando algo en Casa Paco mientras hablaba con una chica a la que no le vi la cara. Aquella noche de un martes cualquiera, de finales de febrero, estaba con un amigo. Llevábamos un par de whiskys encima, nos habíamos dejado engatusar por la calle de Santa Isabel y haciendo millas terminamos allí para llenar el buche. A él le sonaba la cara de ese tipo, seguramente porque lee los diarios más a menudo que yo y tiene un grado de admiración, por según qué cosas, del que yo carezco. Yo lo había leído en alguna ocasión, pero me resbala un poco su presencia. Le tengo indiferencia a la vanidad y a los nombres que se escriben con mayúscula. Cambié de tema, pedí de beber y me preguntó en qué andaba metido. Mi amigo era la clase de persona que te apoya, sin haberse leído nada tuyo. Y ni falta que hacía. Nos conocíamos de Alicante, de la facultad, y ni al principio, ni tampoco al final, íbamos a hablar de cosas que nunca habían salido a la palestra. Sin embargo, aquella tarde ya anochecida, me preguntó cómo estaba, cómo me sentía sin un respaldo. Pocas veces preguntamos con sinceridad cómo se siente la otra persona. En raras ocasiones nos interesamos por lo que verdaderamente concierne a quien tenemos delante. Le dije la verdad, tal y como lo sentía. Él me contó la suya, ahora que pasaba por una ruptura amorosa. Nada serio, pero en el amor, como en el boxeo, cuando recibes, recibes de verdad y a él le habían propinado una buena tunda. Pero quien no arriesga no gana y el amor es un juego como cualquier otro. Le dije que ya encontraría a otra chica, como hemos hecho siempre. El mundo se hace y se deshace a partes iguales. Después hablamos del póker y le dije que yo no sabía jugar. Ante su asombro, le expliqué que, si aprendía, terminaría arruinado.

Estos días de gángsters, sofá, escocés (o irlandés, según esté la botella) y Santo & Johnny tocando en casa por el altavoz, reflexiono, dejo la barba crecer y releo pasajes que escribí hace años. Sobre la tele hay una balda y en ella dos habanos (puede que ya secos) esperando una ocasión merecida. Entonces pienso en mi amigo, en lo lejos que quedan esas imágenes y cuándo se repetirán.

Poco a poco, las ideas vuelven a mí y me pongo en marcha con los proyectos que tenía atrasados, que no son pocos. Poco a poco, uno vuelve a la normalidad.

En breve comenzaré a escribir de nuevo, con intensidad.

Se avecinan tiempos prolíficos para quien los quiera agarrar y una gran niebla en el horizonte para quienes esperan un milagro.

Que cada cual juegue sus cartas (tenga lo que tenga).