La ciudad al mediodía

person standing near beige and white concrete building during daytime

En mis últimos días de este año por Madrid, antes de cruzar la vieja estepa castellana para alcanzar el Levante español, siento el frío capitalino más de lo normal. Será por las borrascas, por esas nubes que apenas dejan ver el sol o porque, simplemente, es diciembre y es lo que toca. Tras el paseo matutino del perro y después de haber divisado una vez más (nunca me cansaré de hacerlo) el ala sur de la ciudad desde el mirador del Debod, subo acompañado hasta la glorieta de Santa Bárbara, dejándome caer por el laberinto de calles viejas del centro y buscando un bar en el que buscar un poco de cobijo. Me gustan los bares en general, pero lo de este país son de una categoría superior. Los disfruto tanto de día como de noche. Me gustan los lugares por los que pasan los rostros, surgen las risas, los silencios y las discusiones. Algunos se quedan, otros se van y unos pocos habitan en ellos. Tras callejear por Génova y cruzarnos con una conocida modelo que salía en televisión y la ex pareja de un famoso futbolista, terminamos en uno de esos escondites de sobra conocidos, que poco llaman la atención. A las doce del mediodía el cuerpo no pide café, sino otra cosa. Se sirven dos cañas junto a dos pinchos de tortilla de patata que son de grandes como la mitad de un queso manchego. Hoy me saltaré la comida. Escucho conversaciones ajenas, a varios metros de mi posición en la barra. La tortilla entra en mi sangre como un suplemento vitamínico y la cerveza me ayuda a aclararme la voz. Mi amigo, que es músico, dice que, entre semana, a esas horas es fácil encontrarse con los famosos por la ciudad, ya que son los únicos que no dan un palo al agua. Reímos, pedimos la cuenta y no le quito la razón. Me detengo un segundo, echo la vista atrás al pasado y recuerdo los días grises. Hace tiempo que ya no lo son y eso lo convierte, para mí, en un privilegio del que estoy agradecido. Podría haber sido diferente, podría haberme quedado en esos recuerdos ahora borrosos.
Decidimos dar un paseo bajando los carbohidratos, hablando de música, de victorias y fracasos y de lo poco que queda para que termine el año. En un taxi hay un destacado guionista que sale en televisión. Lo que yo te diga, me comenta.
Y me río, porque no es para menos. La vida esta hecha para sonreír y son los días como éste los que uno guarda para el futuro, no por lo ocurrido, que no es nada fuera de lo común, sino por lo que nos llevan a reflexionar cuando no valoramos lo que tenemos.