Llevar la cuenta

Final de año, segundo punto de inflexión (el primero es en mi cumpleaños, que cae casi a la mitad del primer semestre). Momento para la reflexión, para mirar hacia atrás con timidez, sin desviar la cabeza del presente y del futuro. Fechas convulsas en las que cuesta pensar con claridad. Por eso, me tomo el lujo de hacer una pausa, de centrarme en mí mismo y moldear el pronóstico de los próximos doce meses.

Como juntaletras que me considero (lo más parecido a uno de los años 30, con su idiosincrasia para ver, entender y disfrutar del oficio y de la vida), me rijo por los términos cuantitativos y no los cualitativos. Hablar de mucho o de poco, es hablar de nada. Lo abstracto se queda en los párrafos de las novelas.

Desde hace años, guardo una hoja de cálculo en la que registro mis movimientos. Para mí, la única manera de tomar en serio la partida es así. Todos partimos de cero en algún momento y conviene revisar los avances y los retrocesos, de vez en cuando, sin caer en las palmadas que nos damos en la espalda para justificarnos, para entender los ciclos, los despistes, las inversiones y si han merecido la pena todas esas horas gastadas sobre el teclado.

Hace unos días escuchaba a Matthew McConaughey en una entrevista que le hacían para un podcast americano. En él hablaba de sus inicios en Hollywood y de la actitud que tenía entonces, que no era otra que la de importarle un carajo si pasaba la audición (una postura tan necesaria y ausente estos días). Decía que la relación con Hollywood era como un romance y quien mostraba necesidad o exceso de deseo, destilaba inseguridad por donde caminaba. Su historia me recordó a otras del presente y del pasado. Algunas que yo también viví en su momento, años atrás, cuando tenía una concepción diferente de ciertos ámbitos.

Con la experiencia he aprendido que la confianza personal se forja de muchas maneras. El oficio es el que es y lo contemplo con riguroso respeto. Nunca he pretendido gustar a todos, ni siquiera a la mitad. Si como persona no lo logro, mis historias no iban a ser menos. En cambio, siempre me ha interesado más llenar un vacío. Disciplina, seriedad, estudio de la materia, apertura de miras y lanzarse al barro, sin que importe lo que opinen los demás. Casualmente, las opiniones ajenas que tanto pican al comienzo, dejan de importar cuando se ponen al lado de los números, que normalmente dicen mucho más de las personas que sus propias palabras.

Como los personajes de mis novelas, no me planteo si algo es mucho o poco, sino si es suficiente o no para mí, y no ceso hasta llegar al final, ya sea una historia que se me atraganta o un proyecto que no termina de cuajar. La forja del carácter me ha ayudado a afilar los instintos, a saber cuándo decir que no a una oferta, a ignorar los cantos de catástrofe y a tirar una historia cuando ha perdido su esencia. Soñar es hermoso, pero uno se cansa de la vanidad cuando no se materializa en nada. Hay encargos en los que no me volveré a meter si no me apasionan de verdad y otros que no aceptaré si la remuneración no está a la altura de mis cálculos cuantitativos (de ahí, la importancia de estos).

Tomarse en serio a uno mismo, además de un gesto respetuoso que rara vez tenemos por nuestra parte, es un ejercicio de claridad y un ahorro de tiempo y de energía, dos fuentes limitadas que, a toro pasado, nos arrepentimos de haberlas malgastado en lo que no debíamos. Ningún camino es fácil, pero unos escuecen más que otros. Lo más cuerdo es disfrutarlo como si jugáramos una grandiosa partida.

Este año ha sido inesperado para todos y los cambios se han manifestado en todos los terrenos. La intensidad aumenta y ardo en deseos de divertirme y materializar todo lo que tengo en mente. En mi mundo no existe otra opción.