Luceros

Hace unos días hablaba con un amigo sobre el momento en el que nos encontrábamos. Mientras todo gira, el tiempo corre y los segundos pasan, abro los brazos para parar las agujas del reloj, frenar y pararme a pensar, antes de que llegue esa franja de edad fruto de todas las crisis, quién soy, quién quiero ser.

Los estoicos criticaban a aquellos que leían libros porque no se aventuraban a vivir las experiencias. Hoy se juzga a quienes no leen porque viven atrapados en el escapismo de sus teléfonos móviles.

Quiero pensar que no sólo me ocurre a mí, sino que hay otras personas preguntándose lo mismo. He llegado aquí por primera vez y me aterra la idea de una nueva experiencia, como si no fuera a salir de ella.

Anoche salí al balcón, antes de dormir, y miré al cielo, poco cubierto, aunque no lo suficiente para impedirme disfrutar de los luceros que alumbraban en la oscuridad. Puntos brillantes solitarios en búsqueda de nada.

Fue hermoso mirar hacia arriba, cuando normalmente lo hacemos en el sentido contrario. También aprecié que, a pesar de ser casi medianoche, la noche no estaba cerrada y eso me hizo pensar en el verano, en las noches infinitas y en que cada vez oscurecía más tarde.

Siento que todo se escapa entre mis dedos pero no me juzgo y busco la manera de seguir adelante. Soy consciente de que cada impacto genera una consecuencia y, si soy fuerte y ávido para tomar el control de ésta, pronto habré crecido en todos los sentidos.

En el fondo, sé que he estado aquí antes. No en este momento, ni en el mismo lugar, pero aquí, ante una nueva sensación. Y, al final, todo terminaba bien, o no, pero terminaba.

Por eso, cuando creamos que todo está perdido, que no existe un mapa que nos guíe por el sendero correcto ni un modelo a seguir en el que apoyarnos, sólo nos queda respirar, pensar lo justo, sonreír y seguir hacia delante. Ya veremos cómo, pero hay que seguir creyendo, seguir alumbrando, como el lucero del cielo, aunque esté solo, a oscuras, aunque sepa que un día se apagará para siempre.