Mundano

El cielo rosado, manchado por una nube, en la madrugada, horas antes de que salga el sol. Es sábado, la calle descansa y en el bar de la esquina las luces están encendidas.

Miro a través del cristal y encuentro los rostros de quienes van y vienen.

Al rato, todos desaparecen.

Mis preocupaciones no son las suyas, ni tampoco las de esa chica que espera en la parada del metro.

Mis preocupaciones no son las de nadie, tan sólo mías y no creo que sean interesantes.

Las preocupaciones de ese amigo abogado, son suyas. Nos une la amistad, no el modo de entender la vida.

Cuando alguien me pregunta sobre lo que estoy haciendo, prefiero resumirlo en una frase y cambiar de tema porque, al igual que rara vez tengo interés en lo ajeno, imagino que es recíproco -y justo-.

No me interesan las comparaciones, ni visitar lugares que están de moda pero por los que no tengo ningún interés.

No me interesa el deporte más allá de lo que pueda aportar a mi salud física y a mis dotes de supervivencia.

No me interesa la música nueva, ni las listas de reproducción que Spotify me sugiere.

No me interesa Netflix, ni las series, ni los programas de televisión, ni tampoco las columnas de opinión.

No me interesa el cine en general, ni los actores, ni los bares de conservas.

No me interesa el pastrami, ni las bicicletas, ni esa mochila escandinava que tanto veo en la calle.

No me interesaban antes, ni tampoco ahora, pero quién sabe en el futuro.

Sin embargo, que algo no me llame la atención en ese momento no significa que no quiera escuchar sobre ello.

Photo by JOHN TOWNER on Unsplash

Me entusiasma ver cómo otras personas hablan de lo que les llena con tanta pasión, sea lo que sea, sin caer en la crítica fácil de pensar que es una mierda porque a nosotros no nos transmite nada, y creo que es algo interesante de observar.

Camino contando los pasos, el perro me mira de vez en cuando y pienso en el día que tengo por delante, en escribir esa novela que me está agotando física y mentalmente; en el libro que tengo a medias; en volver a dormir con esa chica a la que prometí llamar; en qué cojones voy a comer y en las ganas que tengo de tomarme un maldito café.

Pero también pienso en otras cosas que no interesan a nadie, pero que hacen mi vida más llevadera.

Alejarme de las personas, por un tiempo breve pero necesario, recluirme en mi propio círculo sagrado, rodearme de mis propios pensamientos.

Hacer flexiones.

Llevar el seguimiento de mis pensamientos en un cuaderno cada mañana, como si se tratara de un historial clínico.

Deshacerme de lo inservible, de los muebles, de los mensajes sin contestar, de esa extensión del brazo llamada teléfono, porque así pienso que también vaciaré la mente.

Hoy el día es para mí, anoche cayó media botella de vino y sólo lo supimos nosotros.

Regreso a casa y meto el móvil en un cajón, preparo una cafetera y pienso en el siguiente viaje en carretera que tengo a la vista. Después caigo en la cuenta de que debería preparar una lista de canciones como John Cusack explicaba en Alta Fidelidad.

Por suerte, mis obsesiones son tan absurdas como las de quien se muere por probar el pastrami o defiende el yoga. Pensamientos de relleno que denotan la ausencia de problemas reales.

Sale el café, es agradable.

Doy gracias en silencio por un día más de obsesiones mundanas y vuelvo a comenzar un nuevo día.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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