Naranjas

Recuerdo la primera vez que hice una lista de reproducción para una chica. Nosotros no conducíamos motos, pero tocábamos en grupos de música.

Gestos románticos para mis medias naranjas. Tuve tantas que empecé a pensar que había elegido la fruta errónea.

Eran otros tiempos, días en los que nuestros padres se preocupaban porque lleváramos un teléfono móvil con la pantalla de color verde en el bolsillo.

Una época en la que nuestro sistema de cortejo eran las llamadas perdidas para demostrar que nos acordábamos de la otra persona, los tiempos de espera en la respuesta para crear demanda y las fotos de dieciséis por dieciséis píxeles en el sistema de mensajería de turno, que daban rienda a nuestra imaginación.

Grababa discos de música con un orden a conciencia, con un propósito determinado, copiando la idea que Nick Hornby había plasmado en Alta Fidelidad.

La mayoría de aquellos cedés terminaban de posavasos o colgados para espantar a los pájaros.

Éramos muy jóvenes para apreciar el trabajo de otros y yo demasiado profundo como para comprender que no importaba tanto.

Aquella frustración junto a la tecnología fueron matando las ganas de emplear mi tiempo en pequeñeces que se convertirían en fósiles del pasado.

Sin embargo, siempre fui optimista, nunca dejé de creer en las sorpresas.

Después llegó la vida nocturna, los bares y el libertinaje se convirtió en otra cosa. Me convertí en el superhombre del que hablaba Nietzsche, con aires de Bukowski y una indecente verborrea. Me lo pasé bien, lo reconozco.

Durante años pululé por una dimensión en la que me sentía cómodo, desprendido de los lunes a viernes, de la rutina emocional y física de cada mañana.

Pero, todo periodo, tiene su fin.

Los años corrieron, cada vez me preocupaba menos de mi alrededor.

¿Se había marchitado la efervescencia del todo aquello?

Y una porra aunque, a medida que pasa el tiempo, las experiencias nos vuelven más exigentes, ponemos la calidad a la cantidad, la vida es muy corta para beber malos vinos y entendemos que, la mayoría de veces, es mejor estar solo que mal acompañado.

Y, cuando menos lo busques, antes aparecerá.

La vida me ha demostrado que nos pone delante a esas personas que vienen para quedarse, cuando más las necesitamos, aunque sea un ratito, dejarnos su esencia y, con suerte, esperar a que nos marchemos antes que ellas.

Caminos que se cruzan una y otra vez. Rutas llenas de naranjos, unas veces en flor y otras ya maduros.

Lo importante es seguir caminando.

Por tanto, que los demás se preocupen, pero que a ti no te coma porque, pronto, muy pronto, cuando ya te hayas olvidado, el árbol te habrá dado su fruto.