No eres especial

Entre cuatro caminos, así te encuentras, de sobra sabiendo a dónde te llevan. Una maleta, estaciones de trenes, gente con prisa y tipos que huelen peor de lo que jamás habrías imaginado. Das un vistazo y te das cuenta de que ningún tiempo pasado o futuro fue o será mejor, quizá mañana, quizá ayer, y te olvidas del hoy, de nuevo, has vuelto a volar.

Soy la voz de ultratumba de los tubos de escape de los autobuses. Me pierdo en la noche, abrazado por el frío, las burbujas y un par de caderas calientes. Pregunto a los tubos de neón si alguna vez dejaron de brillar, y me responden que no, que estaban allí antes de que yo llegara, que siempre estuvieron allí, y que siempre estarán. La ciudad se convierte en un embudo dimensional que se estira y se encoge, en base a los sentimientos de los viandantes, del latir de sus corazones. Me gusta lo que veo, pero me gusta más lo que no veo, y deslizo una tiza imaginaria que marca límites entre la persona que hay a mi lado y el mar, que no se ve desde aquí, pero que sé que existe. Puede ser fe, tal vez sea un testarudo.

Me importa poco que se caigan los libros de las estanterías, los libros que nadie ha leído, me importa bien poco que se caigan los objetos de decoración, los discos sin rayar y esa colección de vacío que el otro siente porque no encuentra su misión mientras se deprime viendo la vida de otros, como quien mira por la ventanilla de un tren. Hubo un tiempo en el que la gente cantaba, y escuchar rock era la revolución. Han empezado una nueva temporada en nuestra serie preferida, pero se han olvidado de ti, pero no hay por qué preocuparse, siempre hay una luz, un camino, un libro de autoayuda, otra ciudad, otro país, otra lengua que no sea la tuya; volver a empezar, a ser otra persona, tener una nueva identidad. Quieres ser una estrella del rock y no te ha salido bien, pero no tires la toalla tan rápido, todo es mentira, excepto las veces que despiertas, y las que duermes, y con quien te acuestas, aunque esto último, también puede no ser verdad.