Ser o no ser, qué más da

Restaurante sign

Tengo cuadernos lleno de notas, de sueños por tocar y otros que ya se han cumplido. También tengo un montón de historias que nunca han sido escritas y tampoco lo estarán, porque prefiero que queden en anécdotas de mi memoria.
Reconozco que me fascino con poco y hay días que me embebo de sensaciones en cuanto piso la calle. Esta ciudad nunca de sorprender, incluso cuando crees que ya lo has visto todo. Me reúno con mis amigos y me llevan a un bar gallego. Hablamos de ellos, de mí, de lo que nos une. Para comenzar, más de catorce años viéndonos las caras. Eso me recuerda que ya no tenemos veinte años.
Ahora les va bien y yo me alegro mucho. Todo requiere tiempo, el justo o el necesario, pero también debes aprender a ver las ventanas de oportunidad, a golpear la bola con precisión. Creemos que lo más complicado es llegar, pero desconocemos que es sólo el principio. Lo realmente jodido viene después.
La noche de la ciudad ilumina los rostros que salen con un frenesí ya olvidado en mi cuerpo. Subimos la calle de Atocha y nos colamos por uno de esos callejones repletos de bares desconocidos, de barras de granitos, vitrinas de cristal y botellines vacíos. Pedimos dos tercios de Mahou, la conversación continúa y caigo en la cuenta de que aún no está todo perdido, de que lo más básico, que es esto, comer, beber y conversar sobre algo que merece la pena, todavía se puede hacer sin que nos distraiga un sonido.
Vuelvo a casa tras haber resuelto mi mundo, que no el de los demás, otra vez. La vida es un milagro que hay que saber aprovechar. Atravieso la plaza de Oriente en una más silenciosa oscuridad, sin cruzarme con nadie y bajo la vigilancia de un Patrol de la Guardia Civil que custodia el Palacio Real. Regreso al barrio, a los rótulos iluminados y al tráfico que se dirige a la M30. Los farolillos rojos desaparecen de mi vista. Es bueno sentirse familiar con el entorno, aunque no hayas nacido en él.
A lo largo de la existencia, las posibilidades son tantas, que prefiero quedarme con las que tengo hoy en lugar de pensar en el ayer. Cambiar el pasado pesa demasiado. No me arrepiento de nada y eso es lo más importante, porque nada de ese ayer sigue vivo hoy, ni siquiera lo que fui y pude ser. Y es mejor así. Dicen que somos la consecuencia de cómo hemos sido antes, pero se olvidan de la parte que, por suerte, nunca llegamos a experimentar.