Nuevas oportunidades

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La chica que se sienta a mi lado se dirige hacia Murcia. No sé cuántas horas lleva metida en el vagón, pero parece estar harta de jugar al Candy Crush. Una fila atrás, una mujer mayor comparte con el resto vídeos de bandas de pueblo. Suenan cornetas y tambores, nadie dice nada. Es como si nos dirigiéramos a una guerra ausente de alegría. Un perro llora en el interior del transportín y el sol se oculta por la ventana. Recuerdo cuando era pequeño y viajar en Talgo era un hecho extraordinario. El tiempo no perdona ni a los trenes, y ahora éste parece un símbolo decadente del pasado, a pesar de haber subido en trenes peores.
Leo Una familia normal de Alejandra Parejo y caigo en la cuenta de que la normalidad, en sí, carece de sentido. Sólo la buscamos a ratos, cuando nos sentimos perdidos, pero nadie quiere vivir en una constante mundana y predecible. Nadie quiere vivir en el cardiograma de un corazón muerto.
He pasado unos días en Valencia, una ciudad que me trata bien, aunque no siempre haya tenido buenos recuerdos de ella. Me traigo momentos, ideas, historias que plasmaré a lo largo del año. He vuelto a visitar los sitios que recorrí con mis personajes, a hacerlos más reales, si es que se puede. El ayer se queda en las décadas pasadas, las heridas hace tiempo que cicatrizaron y regreso acotando las horas hasta que llegue el momento de volver a Madrid. Amanecí el primero de enero sin resaca y eso es una buena señal.