Operadores

Ayer me llamó una operadora de la compañía telefónica que me suministra la línea. Era una mujer muy simpática y amable.

Comprobamos mis facturas, todo estaba en orden.

Le dije que me habían cobrado algo de más, a pesar de que no uso la línea y apenas el teléfono móvil.

Lo comprobó y me dijo que estuviera tranquilo.

Después me habló de un descuento aplicable al contrato que ya tenía, si continuaba con ellos doce meses más.

También me contó sobre un nuevo terminal, uno que había salido recientemente y que había visto anteriormente en Amazon.

Intrigado, le dije que me explicara más. Doscientos euros. Un cambio de teléfono por el que compré hace un año y en el que ya no funciona el GPS bien.

Ella sabía que había picado en el cebo, pero todavía no había mordido el anzuelo para sacarme del agua.

De pronto, comencé a tomar consciencia de lo que estaba haciendo yo. Ella, simplemente, realizaba su trabajo. Primero me sentí como un idiota. Después tranquilo.

No necesitaba un teléfono nuevo.

El que estaba usando cumplía su función.

Ni un descuento.

Ni siquiera sabía que existían tales cosas.

Ni una oferta más.

No necesitaba consumir inconscientemente, por el mero hecho de tener algo nuevo que iba a olvidar más tarde.

Aunque respeto lo que cada cual haga con su bolsillo, soy de las personas que prefiere invertir su dinero en experiencias, lecturas, sabores, sonidos, sensaciones y aventuras.

Un libro, una copa de vino, una buena conversación, una vista inolvidable, un momento íntimo, un delicioso aperitivo, un momento de silencio, un brillo en los ojos, una sonrisa, una historia que contar.

Si miro atrás, casi todo lo que recuerdo es eso.

Finalmente, le dije que me llamara el viernes, que debía pensarlo y tomar una decisión.

Para entonces, quizá vuelva con una contraoferta, pero mi respuesta será clara.