Oráculos

No creo en los propósitos de nuevo año, ni en las listas perecederas que se pierden en el olvido. Ni me apunto al gimnasio el dos de enero, ni dejo de beber alcohol.
Sin embargo, el final de año siempre me ha servido, junto al cumpleaños, como punto de reflexión para mirar atrás, tomar notas y redirigir el curso de mi camino.

Si mi cumpleaños representa el oráculo más personal, en el que reflexiono sobre los años, lo que he hecho o dejado de hacer en el trascurso de mis días; el fin de año significa el profesional, ya que se adecua al calendario de todos.

Desde hace unos años, me gusta sentarme horas antes de la medianoche y trazar el camino de mejora que voy a llevar a cabo. Con un poco de retrospección, me doy cuenta que he desatendido algunas áreas mientras reforzaba otras. Siempre hay algo que mejorar y, cuando desatendemos un área, ésta siempre tiende a caer. Los japoneses tienen un concepto llamado ‘kaizen’ que se basa en la mejora constante. Si cada día, mejoramos un 1% en todo lo que hacemos, a la larga, el resultado es notable. Pero es algo que tampoco funciona del todo para mí.

Prefiero simplicar. Seguir haciendo lo que funciona, más y mejor, y adaptarme a los nuevos tiempos de cambio constante, porque sin un desafío, no hay quien mejore. Poner empeño en esas cosas que dejé atrás y desempolvar las viejas rutinas. Doce meses son todo y nada a la vez.

Más estoicismo, menos caprichos innecesarios. Más libros que leer, historias que contar y momentos que compartir. Olvidar el pasado, perdonarse a uno mismo y empezar de nuevo.

Bienvenido 2018.