Palabros

La vida pasa rápido, las horas desaparecen como motas de polvo en el aire y vivir de viernes a domingo es lo mejor que ha pasado en mucho tiempo para algunos.

Lo peor es que nadie se plantea qué clase de vida lleva de lunes a viernes. Su cabeza ya se encarga de vaciar la memoria y llenarla de otras cosas.

Pierdo el interés por la prensa, no por mi incapacidad de compresión sino por la cantidad de noticias banales o sesgadas que publican a diario, con el fin de contentar a los que no pagan, a los que arrastran publicidad.

No importa dónde se viva, la situación es global.

Pierdo el interés por la música de hoy, quizá porque estoy alcanzando la treintena o porque las canciones ya no tienen solos de guitarra o ni siquiera guitarras.

Me dicen que el rocanrol ha muerto.

No es que me resista a lo nuevo, simplemente hay cosas que no me interesan, al igual que mi abuelo nunca tuvo interés en saber cómo funcionaba Youtube.

Esta ansiedad por estar al tanto de todo (lo superfluo) nos está volviendo gilipollas.

Tampoco soy uno de esos ‘luditas’ con un viejo Nokia en el bolsillo.

Cada escena representa siempre a los que vienen después y cada uno de nosotros, de los que empezamos a ir por detrás, pensaremos que todo se va al carajo. Me importa bien poco, pues por mucho que mire atrás con nostalgia, era lo mismo con otro nombre.

Yo me lo pasé bien, lo sigo haciendo.

Ellos también. No hay nada malo en esto.

Sin embargo, me pierdo cuando alguien me dice o escribe ‘lmfao’, ‘sry’ o papi en una frase. Sobre todo cuando aún sigo consultando el libro de gramática y ortografía de la RAE que me hicieron comprar en primero de bachiller.

Me parece estupendo que la lengua evolucione pero sólo han pasado diez años desde que me enseñaron aquello y aún estoy aprendiendo a escribir.

Que los medios le den bombo a algo, no significa que sea relevante, sino que interesa que lo creamos así.

Me cuesta prestar atención a estas cosas cuando salgo a la calle y veo a gente durmiendo entre cartones; a un ciclista de Glovoo que tiene un mal día y se ensaña con el pakistaní del kebab porque le ha pedido un vaso de agua y éste se hace el tonto para no servírselo gratis; a una mujer que le grita en el semáforo a su inquilino jamaicano porque sigue subiendo putas al piso; a un joven provinciano vestido de traje y con la funda del dólar en el teléfono que piensa en su Ferrari mientras regresa a casa en el tren de cercanías; a una chica que le confiesa en un bar a su novio que ya no lo quiere, que está con otro, y él no tiene los cojones de levantar las cartas y largarse por donde ha venido; a un joven que le reprocha a su novia haber hablado con otro, y ella no tiene los ovarios de mandarlo al infierno; a ése del bar con barba de dos días que disfruta de su soledad, el vermú y el silencio de sus propios errores.

Todos somos hemos sido ése alguna vez.

Y todavía habrá quien diga que el rocanrol ha muerto.

Conecta conmigo

Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

Si te interesa la escritura, descubre el curso de escritura que ofrezco para escribir, publicar tu libro en Amazon y lograr tus primeras ventas.

Si te ha gustado, ¿podrías darme un aplauso (o dos) para llegar a más gente?

También puedes seguirme en Instagram: @elescritorfantasma

Facebook: /elescritorfant