Por qué todos te odiarán

Esta semana he leído a varios autores independientes que lloraban en su muro de Facebook por las críticas de otros lectores.

Un problema de ego, aceptar las críticas, la historia de siempre.

Hace diez años tocaba en una banda de punk-rock (Dios mío, una década ya). Nos fue bien, dentro de lo que cabía: éramos jóvenes, apuestos, teníamos ganas de cambiar el mundo, grabamos un disco, dimos más conciertos de lo que jamás creímos, grabamos un disco en Madrid, tuvimos un manager, salimos en las revistas, las televisiones locales, giramos…

Entonces escribía canciones en lugar de novelas. Al principio (allá por 2006), nadie dio un céntimo por nosotros, pero después, todo pasó demasiado rápido. Recuerdo que durante aquellos años, resultaba complicado mantenerse al margen de las críticas. Eran los comienzos de Youtube, Facebook no era muy popular en España y las bandas usaban Myspace o Fotolog… pero aún así, nos llovían los comentarios odiosos, destructivos; comentarios cargados de bilis y ganas de hacernos sentir mal.

Aprendimos a afrontar las críticas con buena cara, mostrando indiferencia ante ellas -como se debe hacer- y tratando de no hacer caso a esas personas que pretendían sepultarnos con su frustración. Sin embargo, no fue fácil. Éramos adolescentes, apenas pasábamos la mayoría de edad y cada comentario, cada reseña -ya fuese en la red o en los medios-, nos caía como un jarro de agua fría. El ego, las chicas y los viajes fuera de casa, intentando olvidar todo, ayudaron de una forma temporal.

Finalmente, me di de bruces contra la realidad. Un día de 2009, nos separamos (como hacen todas las bandas), todo se acabó y también lo hicieron los comentarios negativos. No obstante, en mi interior todavía descansaban las brasas de la hoguera.

El ego me estaba matando. Lo que un día fue, más tarde, dejó de existir, me quedé solo. Vivir en el pasado es morir en el presente.

Somos lo que hacemos hoy, no lo que hicimos ni lo que haremos, y yo me encontraba sin hacer nada.

Poco después, encontré en la literatura una forma nueva de expresión, más profunda y amplia. Escribir canciones siempre me ha encantado, pero el formato, cabe decir, es más corto. Terminé una primera novela, y después otra, y otra, y así hasta hoy. El proceso fue el mismo. A medida que iba promocionándome en la red y encontrando mi espacio (decidí no enfrentarme a las editoriales por convicción y un ego dañado), me topaba con críticas llenas de maldad, envidia y odio. De nuevo, la situación se repetía. Esta vez, había aprendido a recibir los golpes como un buen púgil.

Con el tiempo, me he dado cuenta de que, tan pronto como empieces a hacer las cosas bien, alguien te odiará. Parece una fórmula matemática, una prueba divina para sobrevivir, conocer de qué pasta estamos hechos. Podría enumerar la lista de ámbitos en los que me he topado con situaciones similares -el trabajo es uno ellos-, pero no creo que sea necesario.

Tal vez sea una cuestión darwinista o un juego de lógica humano. No lo sé. Lo único que he aprendido es que odiar no sirve de nada: un sentimiento pútrido que nace de la envidia, la frustración y la impotencia de otras personas que temen hacer lo mismo que tú. Sentirte de una forma u otra, es una elección. A veces, el entorno nos hace sentir mejor o peor, pero con un fuerte entrenamiento, podemos ser capaces de controlar nuestra fuente interna. Lo más difícil es aprender a canalizar esa energía destructiva (de otros) en el alimento de nuestra fuerza motora, la gasolina de nuestra motivación. El odio nunca puede justificarse, menos aún cuando estamos creando algo para dar a otros.

Actualmente, para muchos, disto bastante del éxito -ese resultado, estado, como se le quiera llamar, el cual conectamos con el dinero y el estatus- a nivel literario, y no me importa, porque a nivel personal, me estoy convirtiendo en el jodido Jimmy Page de mi propia vida. Y punto. Por fortuna, tengo un buen puñado de lectores que me siguen y me dan calor en la lejanía, y todos los meses alcanzo más y más gente con mis historias (¿qué más puedo pedir?). Sigo subiendo montañas, paso a paso, sin saber a dónde llegaré, pero con la certeza de que estará bien alto y me dejaré la vida en ello.

Me planteé algo, todavía voy a por ello.

Aprende a convertir el odio de otros en tu fuerza interior. Suena sencillo, pero no lo es. La mayoría de la gente responde al odio con más odio. Sé la excepción, sé indiferente y convierte esa energía en algo bello. Lo estás haciendo bien.

Sigue, no vale detenerse.

Las cosas requieren tiempo. La frustración, segundos. Darse por vencido, un instante.

Si quieres llorar, llora y desahógate, en casa y a puerta cerrada, pero no mendigues, no sirve de nada.

Hace unas semanas, hablaba con P., joven director de una multinacional con oficina en la última planta de uno de los rascacielos polacos. Es un hombre humilde y sabio que ha sabido controlar los sucesos.

—A veces, envidio tu forma de pensar, Pablo — dijo.

—No puedes decir eso con un Porsche aparcado en el garaje, P. — bromeé.

—Un Porsche lo puede tener todo el que lo pague — contestó  — . Sin embargo, ser libre y tener unas convicciones tan férreas, no. Tener un coche no dice nada de mí, de quién realmente soy.

—Todo el mundo parece odiarte en este edificio por aparcar ahí…

—Lo sé —contestó —. Pero no puedo hacer nada. Es su elección.

La mala hierba siempre crece en tu camino, pero has de aprender a caminar entre maleza.