Preguntas

Fue un mes largo, pero mereció la pena. Mañana sale a la venta mi último libro y hoy perfilo los últimos retoques de su lanzamiento. Otro pequeño paso hacia delante, otra cicatriz sobre la memoria.

Para mí, lanzar un libro es como invitar, en un concierto multitudinario, a un espectador a que salte desde el escenario, a que se deje caer sobre las manos del público.

En ocasiones, la caída es mala y no tarda en llegar al suelo. En otras, flota como una nube sobre las manos del resto.

Muchas veces pienso en el tiempo que dedico a enlazar una página con otra, a las horas que paso tecleando en soledad bajo una lámpara de bajo consumo y una taza de té caliente; a las horas de sueño que no tengo y a los dolores que me produce la silla, y siempre me digo que merece la pena haber llegado hasta aquí.

Un aquí que empezó lejos de esta silla y que, poco a poco, va más hacia delante gracias a quien me lee.

Tengo la suerte de poder vivir de lo que escribo, pero tengo más suerte todavía de haberme dado cuenta -y tener las agallas suficientes- de que vida solo había una y estaba desperdiciando mis horas haciendo otras cosas.

Por supuesto, todo fue progresivo. Tenía claro el qué, pero no el cómo ni el cuándo.

Escribir sin industria que te arrope es arriesgado, inestable y suele salir mal, pero yo siempre he sido un chiflado punk-rocker de corazón, sin miedo a descarrilar y con la tozudez suficiente para demostrar que es posible.

Cuando te levantas cada mañana pensando en tu trabajo de una manera positiva, para afrontar nuevos retos, algo marcha bien, sea cual sea tu labor, y sólo así darás lo mejor de ti.

No siempre es necesario encontrar esa pasión de la que tanto hablan los libros de autoayuda. Basta con preguntarnos si queremos estar en el lugar que ocupamos.