Prestar atención

road between houses

Todo se acaba, hasta aquello que pensamos que no conoce un final. Tenía ganas de regresar a la rutina, a mis días fríos de mucho café, muchas palabras escritas y largos paseos en silencio. Tenía ganas de encontrar un orden entre tanto acontecimiento. Y es que, nos guste o no, nos tomamos tan en serio las vacaciones de diciembre, que el cuerpo termina pidiendo una tregua.
Regreso a Madrid con unos kilos de más, tomando notas mentales mientras cruzo, por enésima vez, La Mancha y sus parajes antes de que los reyes de Oriente colapsen el paseo de La Castellana. Me detengo en una gasolinera para estirar las piernas y también para que el perro haga sus cosas. Hay varios coches, personas que almuerzan, familias que se hacen fotos y algunos que, como yo, viajan con la soledad del silencio y las niebla de pensamientos que los acompañan. A primeros de año, no es nada fácil pensar con claridad.
Compro una lata de Espresso Doble de Starbucks y me la bebo apoyado en la parte trasera del vehículo. Fue mi hermano quien me dijo que eso existía y ahora se ha convertido en una excusa para parar y cargar las pilas.
La ciudad respira con normalidad. Madrid es una capital bonita que tiene de todo, a la hora que quieras pero, como todas las capitales, puede absorberte en su espiral de alta velocidad y hacer de tu vida un infierno, hasta que termines odiándola. También puedes empacharte de ella hasta darte cuenta de que te has quedado sin nada. Ninguno de los dos es mi caso y por eso estoy feliz, pero no descuido mis pasos para evitar el desastre.
He vuelto a madrugar y, aunque no lo parezca, lo echaba de menos. Auguro un buen año (como todos) y sé lo que tengo que hacer. Después, el tiempo dirá.
La cafetera avisa y es hora de apagar el fuego. En las acciones pequeñas comienza todo. Se empieza haciendo café y se termina escribiendo una novela. Y así, nuestras carreras. Quizá sea el año de presentar más atención.