El proceso creativo y la nada

Me despierto con agujetas en las piernas. Tengo los labios hinchados del frío. La aplicación Salud indica que ayer anduve 15 kilómetros. Madrid bulle cuando llega el fin de semana, sin importar el temporal que haga en la calle.

Reencontrarme con amigos, ponernos al día, tomar café y mirar fachadas.

Reconozco que me siento más cómodo en los bares que ahora llaman de viejos, los de siempre, los del ruido de la vajilla y las máquinas de juego. Ayer visité La Central por primera vez y vi libros pero también a gente que tenía interés por leerlos. Michel Houellebecq ocupaba las paredes. Lástima que no pudiera pasar de las primeras treinta páginas, pensé.

Esta mañana me cuesta tomar el café, respirar y salir a la calle. Me prometí documentar el proceso y eso intento con mesura.

Creo que estoy en mi mejor momento, escribiendo más y mejor que nunca, alcanzando las seis mil palabras diarias sin terminar derrotado.

Hace unos meses, era incapaz de superar las cuatro mil, las cuales veía como un esfuerzo sobrehumano. Pero esto no se trata de contar, sino del proceso mental en el que me envuelvo a medida que los dedos teclean más y más rápido.

En cierto punto, pierdo la noción del tiempo, del espacio y me olvido del lugar en el que me encuentro. Lo logro, salto al vacío y me mente está ahí, entre los párrafos. Una sensación de inmersión que (creo) sólo logro a partir de cierto número de palabras escritas sin pausa.

Photo by Annie Spratt on Unsplash

A la vez, un sentimiento de felicidad crece en mí. Disfruto más que nunca. Soy capaz de levantarme a las seis de la mañana sin alarma y estar más de catorce horas frente al teclado. De pronto, soy algo sobrehumano.

Cuando la cabeza no me funciona o siento que necesito un descanso, me tumbo en la cama o en el sofá, cierro los ojos, realizo varias respiraciones profundas y le pido al éter que me ayude a continuar con el capítulo que sigue y que voy a escribir.

Esto es algo insólito para mí.

En mi estado de profunda relajación, entre la vigilia y el sueño, veo las imágenes pasar con total nitidez, desapegándome de la mente y dejando que sean mis propios pensamientos los que me indiquen el camino. Imágenes vívidas que guardo en el momento que suena la alarma y me dispongo a trabajar. Y prosigo.

Pero, como todo motor, el cuerpo avisa y hoy es un día de esos.

Mañana tocará volver a la carga, pero hoy se manda descansar, leer. Simplemente, no hacer nada.

La felicidad no existe sin tristeza, ni el todo sin la nada. Y días como éste, siento que debo reposar en la nada.

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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