Quien da, recibe

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Me gusta el frío del otoño, su timidez, el cambio. Días que se encogen dando lugar a una noche infinita; lluvia que agota. Árboles rojizos y amarillentos, sobre un cielo nuboso y blanquecino, me abanican al pasar. Los otoños comenzaron a ser así desde hace unos años. Resulta imposible no sentir la muerte a nuestro alrededor, al menos, para mí.

El otoño es el final de una novela, donde dices adiós a tus personajes para siempre y das paso a la corrección, a la página en blanco, al qué será lo siguiente… el invierno.
Estos días tengo la misma sensación. He perdido el momentum, como muchas veces ocurre, y deambulo por las calles buscando una pizca de algo que me inspire, me emborrache de historias nuevas que contar.

Hace unas semanas, descubrí que comer pizza en soledad carecía de gracia alguna. Los momentos especiales son para compartirlos con otros. Cada día, intento regalar una sonrisa, un poco de simpatía, esperanza y calma, en una ciudad infestada de vidas anónimas. Por ellos y por mí. Soy quien da, pero también recibo. Contar historias es algo parecido. A veces, las contamos para nuestro propio desahogo y así, sentirnos mejor. Otras, para encender una vela en el corazón de alguien, ya sea llevando a esa persona a otra parte o llenándola de intención. Cuando termino una historia, siento que ya no me pertenece, que entonces es para quien la desee tomar. Sé que no puedo gustarle a todo el mundo -y de hecho, no lo hago-, así que trato de encontrar a quien sí puede disfrutar con lo que hago.
En los negocios dicen que la clave del éxito es de dar soluciones a los problemas de otros. Esta frase tiene mucho que enseñar, en los negocios, en la vida, en la literatura.
En estos años, he aprendido que quien da, recibe, aunque hay que tener en cuenta algo: no siempre a quien se le da, es la persona que lo necesita.