Redondo

Una gran casa, un coche nuevo, un viaje por todo el mundo. Muchas veces nos preguntamos cómo sería nuestro día perfecto si no tuviéramos que preocuparnos por el dinero, ni por el trabajo. Qué haríamos, a dónde iríamos, como empezaríamos la mañana o como la terminaríamos.

Cuando pensamos en un día perfecto, muchas veces nos imaginamos en una gran mansión con piscina, en un lugar paradisíaco con lujos; con exóticos alimentos cocinados para nosotros.

Sin embargo, cuando pienso en un día perfecto, se me ocurren otras cosas.

Puede que sea por este defecto de reducirlo todo a lo simple, porque hace tiempo que me contento con los espacios pequeños, con sentirme bien por dentro, y para poder hacerlo por fuera.

Una taza de café, un escritorio y un ordenador en el que escribir. Progreso lento, constante y diario.

No encuentro mejor manera de empezar un día, tras estirar las piernas unos minutos junto a mi perro, antes de que haya salido el sol.

Una conversación amena, una compañía agradable, para entender el mundo desde otros ojos.

Un buen almuerzo, sin prisas, con sonrisas y en algún lugar que ya conozco.

Un paseo por donde se pueda ver el mar, oler el salitre del agua mientras doy rienda suelta a mis pensamientos y me oxigeno.

Un chato de vino en la cena, para hacer hueco, para relajar el cuerpo, acompañado de un poco de queso y pan.

Una amena lectura antes de dormir.

Muchas veces, lo que nos hace felices, no está reñido con lo que queremos tener. Se puede ser feliz con poco y con mucho. Es una elección, no una condición.