Renovarse

Cualquiera que lea este blog, se podrá hacer una idea de la forma que tengo de pensar, de escribir, de vivir la vida. Una idea que nació en 2015 para documentar el proceso -ya iniciado- de la escritura y echar la vista atrás unos años después. Sin embargo, al mismo tiempo que escribo entrada -y novelas-, rescato piezas antiguas con las que me siento identificado para compartirlas en Facebook o a través de las redes. Cuando las escribí, el corazón me ardía por alguna razón. La misma razón por la que terminé vomitando un sinfín de palabras sobre el teclado. Cuando las leo, haya o no pasado esa fase, pienso que un montón de palabras, de ideas, de manifiestos, le pueden ayudar a alguien que esté experimentando una situación similar. Compartir puede suponer un clic más o el clic que detona la dinamita que llevamos dentro. Siempre hay un punto de inflexión. A veces, leemos esos libros que le cambiaron la vida a alguien y los terminamos sin ningún tipo de reflexión. Mucha gente piensa que si no entiendes X, Y o Z, o no te sientes identificado por A, B o C, eres un paria. Así que no debe afectarte si un libro no te alcanza. Si la historia es buena, lo hará, tal vez, más adelante o, quizá, nunca. No hay por qué preocuparse. A veces erramos y nos arrepentimos de no haber pasado más tiempo con esa persona a la que ya no podemos ver. Pero la vida es corta y no tenemos tiempo para hablar con todas.

Me di cuenta de que no era alguien especial. Nunca lo había sido. Que la escritura no era más importante que un grito al cielo, por mucho que a mí me pareciera lo contrario.

Haciendo retrospección en este blog -para quien acabe de llegar o no se lo haya leído entero-, hay cosas que siguen vigentes y de las que sigo pensando de un modo similar y otras que han cambiado (porque la vida es un cambio constante, nos guste o no, ¿verdad?). Viví en Polonia cuatro años y la vida me enseñó muchas cosas, sobretodo durante el invierno. En las calles de Varsovia me enamoré, vagué en soledad embriagado de la historia y decidí ser escritor para siempre -si ya lo tenía claro, me reafirmé- y fracasé, una y otra vez, sin tirar la toalla. No tenía miedo de levantarme de nuevo. Cuatro años en los que tuve trabajos diferentes y me discipliné para sacar adelante algo -hablo de la autoedición, llegar al público con tus historias a través de internet- de lo que no tenía idea alguna. Gracias a las guitarras de Jimmy Page y al saxo de Coltrane continué escribiendo libros, sin importar lo que la gente pensara, ni lo que dijera. Me di cuenta de que no era alguien especial. Nunca lo había sido. Que la escritura no era más importante que un grito al cielo, por mucho que a mí me pareciera lo contrario. Reestructuré mi modo de vida, aprendí a quererme un poquito más para así estar en sintonía con las cosas bellas de la vida. Me había creado un personaje que no era. Simplifiqué mi estilo de vida, llevé al extremo el minimalismo y seguí mi camino como escritor, con práctica y disciplina diaria, antes de ir al trabajo, al regresar a casa, en mi tiempo libre. Por el camino y mientras la nieve se deshacía en las calles por la llegada de la primavera, renuncié a ciertas ambicionesviví al día y vi cómo la vida se venía abajo. Fueron momentos duros.

El verano pasó y mi interior me decía que los puntos terminaban conectándose. Todo la claridad que tenía ante la escritura, me faltaba frente a la vida. Los pilares -que yo concebía importantes- se derrumbaban como las murallas de un imperio arrasado. La ciudad dejó de ser un lugar habitable para mí. Impedí que la nostalgia me venciera y seguí adelante enfocado en eso que tanto amaba y quería dar. La paciencia, la perseverancia, los fines de semana comiendo pizza congelada para no perder tiempo y escribir más, la correspondencia con los lectores que se iban acercando a mí con amabilidad y cariño, todo empezó a generar pequeños frutos que se materializaban lentamente. Poco a poco, se unía más y más gente a una aventura de la que deseaba que formaran parte. Me sentí como en esa escena de Forrest Gump en la que comienza a correr y otras personas se unen a él por donde pasa. Me sentí vivo, agradecido y privilegiado mientras la lluvia golpeaba la ventana del apartamento.

Pasaron los meses y las hojas se volvieron caducas. Los parques se teñían de rojo y mi situación personal no era la mejor. El alivio que me daba la escritura flotaba sobre una balsa débil y a punto de romperse. De pronto, algunas personas empezaron a molestarse por verme tan implicado en algo. El ego se vio afectado, pero luego entendí que era el momento de hacer cambios en las amistades y que a nadie le importa lo que haces. Las personas estamos demasiado preocupadas en nuestros propios problemas. Algunos cambios fueron suficientes para afrontar con fuerza un último año que vendría cargado de sorpresas. Fue 2017. El año que lo cambió todo. Abrí enero con un gancho de boxeador que me dejó aturdido y me ayudó a entender que no era quien creía ser, que no estaba predestinado a algo en concreto ni a ser esa persona que otros esperaban. Tenía una pasión y unas ganas enormes por dedicarme a ella. Y así hice, hasta que descarrilé por falta de equilibrio. Combinar dos trabajos, una novela sin terminar y una vía de escape basada en salidas nocturnas y botellas de vino, no ayudaron. Regresé a ser la persona del principio, aceleré y me di de bruces hasta que acepté que somos personas imperfectas y que en eso reside nuestra belleza. El chico de la vida minimalista se convertía en hombre. La Varsovia que llenaba las páginas de varios libros no era suficiente ya. Era el momento de tomar una decisión, por muy difícil que fuera esta. Momento de poner la carne sobre el asador. Echarle huevos ante la incertidumbre de volver a casa, coger al toro por los cuernos y asimilar que si quería vivir de la escritura, era el momento, pero el precio a pagar sería más alto que nunca. Tendría que averiguar el cómo frente a un reloj de arena.

 Simplifiqué mi estilo de vida, llevé al extremo el minimalismo y seguí mi camino como escritor, con práctica y disciplina diaria, antes de ir al trabajo, al regresar a casa, en mi tiempo libre.

Finalmente lo hice. Crucé Europa en un escarabajo alemán y me adapté a un entorno conocido que había cambiado durante mi ausencia. Me adapté a un estilo de vida nuevo en el que el ocio se convertía en mis cantos de sirena. Pequeños pasos, seguir remando y amor, mucho amor por lo se hace y por la gente que lo apoya. Esa es mi historia o parte de ella, la cual veo como un ligero entrenamiento de preparación. No existen los atajos: trabajo constante, paciencia, creer por encima de todo, saber levantarse de las caídas y nunca, nunca, nunca, darse por vencido.

Con los pies colocados sobre la línea de salida, ahora puedo decir que lo importante empieza aquí, o tal vez no.

El tiempo siempre tiene la razón. Quien me lee, la última palabra.

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