Respuestas

Photo by Tabea Damm on Unsplash

Hace una semana me encontraba en el centro de Lisboa. Era mi segunda vez. Había pasado poco más de un año desde la primera. Recuerdo que fui para inspirarme y terminé escribiendo una novela que se convirtió después en el grueso de mis ingresos durante una larga temporada. Volver allí, quince meses después con el Tajo helado y los recuerdos de los pasajes que escribí en la memoria, me hizo darme cuenta de algo en lo que no había caído todavía.

Me fui a Lisboa en busca de respuestas y allí comprendí que las respuestas estaban conmigo. Siempre lo habían estado. Simplemente, a veces, tenemos miedo de escucharlas.

En mi regreso, tuve tiempo para resfriarme, pasar tres días en cama y entender -una vez más- lo importante que es estar sano, sentirse bien física y emocionalmente (por mucho dinero que uno tenga) y lo poco que lo valoramos, preocupándonos en aquello que no tenemos y que nos gustaría poseer.

Casi recuperado, me monté en el viejo escarabajo y tomé la carretera que me llevaría a casa por Navidad.

Tener un coche de más de diez años te limita a usar el reproductor de discos y no Spotify. Dado que el jack auxiliar estaba estropeado, abogué por dejarme llevar por el cedé que había dentro, escuchando una canción tras otra, dejándome llevar por la música y mis pensamientos mientras cruzaba los caminos de Don Quijote.

Me harté en la segunda vuelta y probé con la radio.

Hacía tiempo que no me dejaba guiar por el gusto musical de otra persona.

De pronto, sentí que no había nada que me interesara. Echaba de menos mis listas, pero después di de casualidad con una emisora de rock. La dejé. Escuché los chistes, me reí y me pregunté con qué canción me sorprendería después.

Paré a repostar y me tomé un café junto a un chaval que se zampaba un bocadillo de tortilla de patatas. El camarero arisco, de rostro sombrío, no parecía estar entusiasmado con su día ni con su vida.

Pagué, me fui de aquel sórdido lugar y volví a escuchar a mi nuevo amigo, hasta que se perdió con las interferencias. Para entonces, ya no me molestaba escuchar otras emisoras. Probé Radio 3, Radio 1, Kiss FM, lo que hubiese.

Sentí que me podía quedar allí al volante, sin destino, conduciendo hasta que el depósito se vaciara. Sentí que así había sido mi año, un viaje intenso -de nuevo-, y entendí que 2019 empezaría y terminaría igual. Porque era mejor así que llevar una vida en la que nunca sucede nada.

Cuanto más tiempo pasaba desconectado, menos quería acercarme a las redes, al mundo digital al que vivía conectado como un cordón umbilical. Yo solo, mis pensamientos y kilómetros de asfalto por delante.

Al llegar a mi ciudad, las respuestas estaban sobre la mesa. A pesar de las subidas y bajadas del año, seguía vivo y eso era lo que importaba.

Quién sabe si Facebook volverá a cambiar de políticas, si Amazon modificará su algoritmo, si conseguiré escribir esa historia perfecta, si la crisis nos llevará por delante.

Quién sabe y qué importa si tienes un mapa.

Seguiré haciendo carretera como hasta ahora porque sé adonde voy, si no, ¿qué sentido tiene lo demás?

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Pablo Poveda, periodista y escritor de novelas de ficción. Creo en la cultura libre y sin ataduras. Si te ha gustado este artículo, conectemos: te animo a que te suscribas y descargues gratuitamente una de mis novelas.

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