Siendo noviembre

Si me llevo algo de todos estos años, es la templanza con la que me sorprendo cada día a la hora de encarar ciertos desafíos.

El secreto está en no esperar nada de uno mismo.

Pero, lo cierto es que, a pesar del tiempo, de las canas, de la barba cerrada, cada mañana sigo enfrentándome a un temor. Me preguntan por las historias, por cómo las ideo, pero lo cierto es que siento el mismo pánico cada vez que abro el documento de texto y tecleo. Es como actuar en un estadio, con la ligera diferencia de que el público soy yo. Entonces empieza a sonar la música, salen las palabras, me dejo llevar por el sonido de las teclas y se me olvida todo. Cuando termino, sé que al día siguiente tendré que hacerlo de nuevo.

Hace tiempo decidí que no hablaría más de escritura -a menos que alguien me preguntara por ello-. De joven era terrible. Supongo que formaba parte de la edad que vivía, de un momento mágico lleno de energía, pero hoy soy consciente de que los días son cada vez más cortos y prefiero aprovecharlos de otra manera.

No es que esté todo dicho, pero me he vuelto más sutil y opto por encontrar la lección entre las historias de otros, ya sean orales o escritas.

En el fondo, todo el mundo lleva un narrador dentro. Algunos lo hacen mejor que otros, pero una anécdota personal no deja de ser una pequeña historia de tres actos.

Noviembre es un mes de transición, de paso. Comienza la cuenta atrás para que lleguen el frío -que ya está aquí, parece-, las cenas de empresa y de amigos, los regalos, los turrones, las luces navideñas, los villancicos, los cocidos madrileños, las despedidas, los viajes de retorno al hogar familiar y toda una lista interminable de obligaciones que harán tiritar la tarjeta bancaria.

No nos hemos despedido del verano y ya asoma el momento final de un año que ha pasado rápido, pero que -como su antecesor- nos ha quemado como un petardo que explota en la mano.

Ayer me dijeron que era una persona de detalles. Puede ser cierto, yo no lo elegí, ni tampoco espero que el resto sea como yo, pero sé sacar tajada de lo innato para convertirlo en algo bello.

Para ser sincero, soy un poco noviembre: observador y transitorio. El mundo empieza cada mañana, con el persianazo del dueño del bar que hay debajo de casa, como si fuera el pistoletazo de salida. Yo lo escucho, ya despierto, y tomo nota, me inspiro e incluso bajo a desayunar, pero no lo hago siempre, sino de manera ocasional.

Hoy tal vez me dé una vuelta por el paseo del Prado, o quizá me detenga a tomar un pincho de tortilla por la zona de Argüelles.

Haga lo que haga, sé que me encontraré con un pedazo de algo, de una idea, de una historia, de un personaje irrelevante que aparece tras la barra en una de mis novelas, de un decorado, de una frase. Y como noviembre, me marcharé con ella bajo el brazo sin que nadie sepa que estaba allí.