Soñar despierto

white and brown concrete building during daytime

Algunas mañanas -como la de hoy-, me levanto al primer toque del despertador, preparó el café, pongo una lista de jazz, enciendo el ordenador y me quedo en silencio ante el teclado durante un par de horas, a sabiendas de todo lo que tengo por delante ese día. Entonces me doy cuenta de que aún queda mucho por hacer. La lista de reproducción de Starbucks me recuerda a mis inicios como escritor, a las tardes heladas de Varsovia en las que pedía un americano y un sándwich de jamón, queso fundido y rúcula, me sentaba en la barra que había en la cristalera y miraba a las chicas que salían de las oficinas del centro financiero mientras soñaba con escribir mi gran obra. Desde que regresé, no he vuelto a pisar un establecimiento de la franquicia y, por tanto, tampoco he escrito fuera de los apartamentos.

En ocasiones, Madrid me recuerda a Varsovia, a la que perdura en mi cabeza, sobre todo, cuando recorro la Gran Vía, los alrededores de Callao y Malasaña, y reconozco las miradas tras los mostradores de los restaurantes de comida rápida o el olor a plástico y suciedad que tienen todas las licorerías. El centro está lleno de sueños por cumplir, de gente haciéndose fotos bajo las carteleras de los teatros, de artistas en busca de los quince minutos de fama que vaticinó Warhol, de turistas a los que les gustaría vivir en la ciudad lo mismo que dura el fin de semana, de pícaros tras las barras, sirviendo basura a sus clientes, de gente solitaria bebiendo vino en mesas con mantel. Pero, sobre todo, el centro está lleno de sueños por cumplir y sueños que quedaron en el recuerdo, como los candados que cuelgan de los puentes. Sueños que no son más que eso, porque la mayoría se diluyen, a medida que pasan los días, las semanas, los meses, por falta de tiempo, por un trabajo que asfixia, por una relación que cambia la visión de la realidad, por un cheque a final de mes que acomoda -o por el se acomoda uno- y mata los quizás; por la falta de talento, por las excusas, por los no-estoy-tan-mal que se repiten frente al espejo y por la idea de que eso, al fin y al cabo, es para los que tienen suerte. En mi caso, siempre he sido un soñador y, a día de hoy, lo sigo siendo porque me niego a aceptar ciertas cosas.

Por eso sigo en esta partida y escribo historias tan difíciles de acabar que terminan conmigo. Me enamoro de quien me apetece, bebo solo y acompañado, trasnocho cuando no debo, duermo con quien lo merece y vivo, después de todo, soñando que, en otro comienzo, acertaré con más gracia, con más tino, aunque dure poco, aunque tenga que intentarlo de nuevo.