Sonriente

different vehicles on busy road beside high-rise buildings during daytime

Sonriente aunque el cielo esté gris y cargado de nubes. Camino solitario por la Gran Vía, en una mañana fría que parece no interferir en la jornada de las personas que se mueven con un paso más ligero que el mío. Paso por la cristalera de un bar y miro hacia el interior. Hay jamones colgados, una barra metálica, camareros que sirven desayunos y ciudadanos que hacen una pausa para llenar el estómago. Entonces, en un rincón de esa barra, a lo lejos, veo un destello y vuelvo a sonreír. Me doy cuenta de que he tardado trece años en materializar un sueño. Me imagino a mí mismo, junto a mis amigos de la banda, en uno de aquellos viajes desordenados en los que éramos todavía ingenuos, capaces de todos, hambrientos por comernos el mundo. Tal vez tocáramos en algún tugurio de Plaza de Castilla o fuéramos de camino para ver a otros amigos actuar. A la cabeza me viene una imagen de los tres, apoyados entre cervezas, sujetando bocadillos de jamón serrano, inconscientes de que los sueños podían ser algo más que una ilusión pasajera.

Hoy, con más canas, más miope, con algo menos de pelo y una barba cerrada que se vuelve blanca por la zona del mentón, recuerdo de forma vívida cuando me dije que algún día viviría en esta ciudad. Pensé que llegaría antes y aquel pensamiento se guardó en algún cajón de mi mente, dejándolo para más tarde mientras recorría Europa, me embriagaba de vida, de barras de labios y noches de luces de colores y alcohol barato. Tras dar vueltas y vueltas, la ocasión se presentó cuando los cabos se ataron, los caminos se cruzaron y las piezas que faltaban completaron el rompecabezas. Y todo fue tan sencillo que ni siquiera paré a pensar en lo que estaba ocurriendo.

Sin ser consciente, a la vez que cumplía años, había dejado atrás el horario de oficina, las esperas de autobuses y metros; los romances que no significaron más que una página de relleno; los que marcaron un capítulo de inflexión en la trama de mi vida. Me había desprendido de todo, como si fuera un serpiente cambiando la piel, para ser totalmente libre. Nunca he creído demasiado en el destino, aunque debo reconocer que hay misterios de la vida que son maravillosos. Todo llega, ya lo creo que llega, cuando existe una intención. Y la mía siempre ha sido vivir al máximo acorde con mis principios.

Por eso hoy sonrío, porque ya puede estar nublado y hacer un frío del carajo, que nada ni nadie me va arrancar de este momento. Si hemos llegado enteros hasta donde estamos hoy, significa que lo anterior mereció la pena.