Todo está por hacer

Hace unos días, me costó reconocerme en una foto de años atrás. No había pasado mucho tiempo, a decir verdad, pero podía notar en mi expresión la intensidad del paso del tiempo. Cumpliré treinta y dos primaveras en cosa de un mes. Debido a los tiempos que correr, reconozco que no lo he pensado mucho y tampoco he tenido interés en hacerlo. Dicen que este año pasado no cuenta, pero el tiempo es ajeno a las circunstancias que nos rodean.
Cumplir años tiene muchas cosas buenas. Nos recuerda que seguimos aquí, con una oportunidad más para seguir peleando sobre la lona. Es curioso contemplar cómo pasa el tiempo y entender que el esfuerzo diario, que a duras penas se nota, marca aquello en lo que nos convertimos a posteriori. No voy a entrar en argumentaciones, ni tampoco en justificaciones sobre el azar, las oportunidades y el cómo hemos llegado hasta aquí a través de las palabras. Tampoco pretendo que se comparta mi particular visión de la vida, del trabajo y de las letras. Con los años he aprendido a hacer una cosa bien, eso es todo, y esto no es agradar a los demás. Comprendo que pueda gustar más, menos o nada. Me quedo con lo primero. El resto me es indiferente.
Suena sencillo, pero tardé mucho en llegar a ello.
Dos años atrás escribí una serie de reglas para mi yo del pasado, que siguen vigentes hoy, aunque debería añadir algunas más y poner empeño en recordar a menudo las que ya hay. Sigo jugando para ganar y divertirme, consciente de que habrá más derrotas que victorias, porque es a lo que he venido, pero esa celebración no la disputo con nadie más que conmigo, con un yo al que voy venciendo con cada año que pasa.
Llego a los treinta y dos años con casi cuarenta novelas a las espaldas (la trigésimo octava llega en unas semanas) y la sensación de ni siquiera haber empezado todavía. Soy consciente de que esto no habría ocurrido de haber nacido en otra época, pero nadie me preguntó cuando vine aquí. Simplemente, me adapté a las circunstancias y a las posibilidades.
Llego a los treinta y dos años con una corona de canas, sin más preocupaciones que la de mi próxima trama, viviendo cómo y dónde quise hace una década y eligiendo el whisky sin soda para la conversación. Así y todo, uno se siente pequeño al mirar a las estrellas cada noche, sabiendo que todo está por hacer.