Un semitono

brown concrete building near trees during daytime

Era una noche de verano, de esas en las que la brisa es fresca, pero no molesta. El perro dormía agotado sobre las baldosas del patio y nosotros seguíamos hablando a la interperio, dejando a Miles Davis de fondo, poniéndonos al día de nuestras cosas. Después de un paseo por el monte, regresamos, preparamos un aperitivo con cerveza y quesos y asamos la carne antes de descorchar el vino. Éramos buenos amigos, no de siempre, pero casi.
En el cielo se veían las estrellas. Vacié la botella de bourbon en los dos vasos y brindamos como broche final. Ese era el último, por el bien de ambos.
—Salud —dije.
—¿Cuándo dejamos la ginebra y nos pasamos al whisky? —preguntó, buscando en la memoria colectiva.
Me reí. Demasiadas juergas juntos, un sinfín de cogorzas que eran difíciles de contar.
—Desde que la vida comenzó a sonar con un semitono más.
Él caviló su respuesta.
—Tienes razón.
O no, pero daba igual. Hay transiciones que son imperceptibles. Un día te levantas y es primavera, la gente lleva menos ropa, se te cae el pelo o te das cuenta de que tienes la cabeza llena de canas y decides pasar de la tónica porque te produce acidez. Creemos tener el control de lo que sucede, de nuestras decisiones, pero giramos alrededor de otras estrellas en busca de un poco de calor. Cuando nos queremos detener y romper con todo, en ocasiones es demasiado tarde, o quizá demasiado pronto para comprender lo que está pasando.
En nuestro caso, decidimos bien pronto ser estrellas para que, en el peor de los finales, acabáramos ardiendo en nuestro propio fuego.
Las horas pasaron. El aire de la montaña nos indicó que estábamos metidos en la madrugada. Nos terminamos los tragos, hablamos de cosas más superfluas y nos fuimos a dormir. Y así fue perfecto, sin abusar de la bebida, ni de los delirios que nos da ésta cuando nos ponemos metafísicos, porque quien se pasa la vida buceando muy hondo, termina ahogándose en el fondo del mar.